Voy parado pero la fortuna me sonríe, puedo apoyar la espalda contra un caño. A mi derecha va una pareja de unos diecisiete años con pinta de venir de una gira larga. Ella lo cargosea y le habla sin parar. El pibe escucha rock barrial a todo lo que da en su teléfono y no le da pelota. Atrás de ellos, sentados, van Micky y su mamá. Micky, que no se llama Micky, tiene un retraso mental severo, sólo balbucea a los gritos y debe tener unos cuarenta. Su mamá siempre lleva un rosario en la mano y cuando no lo calma o le limpia la baba está rezando. No es para menos. Micky se pone nervioso con los embotellamientos y las muchedumbres. Y grita. La Ferrere no es, por cierto, su lugar en el mundo.
A mi izquierda va uno que juega al futbol en el celular. Obvio, sin auriculares. Me fumo un partido de no sé que equipo alemán contra Aldo Bonzi. El chofer, me doy cuenta tarde, es el que hace zapping radial constantemente. Cumbia, locutor fascista, trabajadora sexual con programa en la radio, griterío, noticias fascistas, reguetón. Cuando no engancha nada se detiene en las radios evangelistas y tira unos aleluyas que algunos pasajeros captan como humorada y otros como blasfemia. Uno que sube en la estación de Lafe se sienta a mi lado, en el piso, el mismo lugar donde estaba la parejita que se bajó del colectivo, cruzó en rojo la ruta y se metió en el McDonals. El tipo del suelo entorpece el paso y cuando muevo la pierna lo toco. Me mira como si el desubicado fuera yo. Juega con el celular a un juego de bolitas que hace “plash”, “plash“. No hay modo de que el apunte de antropología que trato de leer signifique algo.
Micky tiene un día complicado. No le da respiro a su mamá. El chofer se detiene en una radio que está pasando un set completo de Advenged Sevend Fold, una banda de hijos de padres separados. Dos tipos, uno delante y otro atrás tienen Nextel y lo hacen saber. Prip, prip, prip “¿por dónde venis, negro?” Sale de uno de los aparatos. “te dije que le pagaras a la trola esa” sale de otro. Un pasajero se tira un pedo silente y espeso. Micky dice en su idioma que hay olor a caca. Nadie hace una mueca. El pútrido sopor se disuelve en la autopista. Por un momento la verdad se revela. Todos, pero todos todos, tienen su celular en la mano. Nadie tiene auriculares. Todos los aparatos emiten algun tipo de sonido. Todos menos Micky y su mamá. Ella se comunica con otro mundo. Micky también.
Me tiraría por la ventanilla en este instante pero el jueves tengo dos parciales.