En una sociedad que da contados espacios para el desarrollo personal de los discapacitados, la función educativa es fundamental. En este número de Andén dialogamos con la Lic.Virginia Fernández, responsable del Colegio Nuevo Día, en Ramos Mejía, una institución con más de treinta años formando y educando a personas con problemas de aprendizaje en todos los niveles. Allí, desde esa experiencia, los alumnos transitan la educación inicial y primaria y se integran en un centro de formación que les permite afrontar su inserción al mercado laboral. De cómo educar en la diferencia y de cómo integrar sin invisibilizar las distintas dimensiones de la discapacidad trata esta charla.
Andén: ¿Cómo habría que llamar a la población a la que usualmente denominamos “discapacitados”? ¿”Diversidad funcional”, “capacidades especiales” estas categorizaciones no retroalimentan los prejuicios?
Virginia Fernández: En realidad se habla de niños con capacidades diferentes. Este concepto a veces es criticado porque dicen “en realidad tienen una discapacidad”, y en realidad creo que todos tenemos discapacidades. Si hablamos dentro de lo que es la institución escolar se habla de discapacidad mental, motriz, sensorial. En una sociedad inclusiva en realidad tendríamos que hablar de personas. Todos tenemos discapacidades y hay cosas que podemos y cosas que no podemos. Personalmente hablo de personas con capacidades distintas a las mías. Un ciego tiene una capacidad discriminatoria de los sonidos que yo no tengo, o desde lo táctil. Partimos de la norma. Todos dentro de la norma podemos algo y hay gente que puede cosas que yo puedo y gente que no puede cosas que yo no. Entonces lo que tendríamos que aprender como sociedad es a entender lo que podemos y no. Si hablamos de una sociedad inclusiva, a la que realmente nos falta muchísimo llegar, tenemos que detenernos en cómo poder incluir a aquella persona que no puede. Naturalmente me sale con capacidades diferentes. Si me preguntás cómo se está llamando, se está llamando con lo que no puede.
Andén: ¿Qué es educar a personas con discapacidad?
V. F: En realidad es educar a personas, no hay una situación tan distintiva. Es educar. Ingresa un alumno y educamos a un niño con distintas estrategias para que ese niño o ese joven desarrollen al máximo sus potencialidades. Cuando uno es docente de un colegio común también educa y tiene que buscar sus estrategias. Hay un imaginario social que piensa que cuando se trata con discapacidad todo es mucho más específico y en realidad es conectarme con un otro que tiene que hacer un recorrido. Lo que voy a plantearme son estrategias didácticas para que se acceda a la mayor posibilidad. Pero eso se lo tiene que cuestionar cualquier docente. A veces, las escuelas convencionales tampoco se detienen a pensar cuáles son las estrategias. En realidad es educar a un niño y después voy a ver qué es lo que más puede, el mejor camino para que él alcance los objetivos pedagógicos planteados. No me gusta quedarme con eso de “ser creativo en educación especial”. Se tiene que ser creativo en todas las instancias. Y tenemos que luchar mucho por esa creatividad. Me enfrento con un niño, no con un síndrome de down porque no hay dos síndromes de down iguales. No educamos patologías, educamos personas. Como tal, mi desafío profesional es ver cómo me voy a relacionar con esa persona según el rol que cumpla: docente, psicóloga, psicopedagoga. En realidad es tomar conciencia que cuando estoy en la modalidad de educación especial estoy con niños y con jóvenes y a partir de esa vinculación tengo que ver cómo ayudar al otro. Y al ser ese el objetivo, no hay diferencia con una escuela común.
Andén: ¿Cómo se educa teniendo en cuenta esa diferencia?
V. F: El gran desafío de una institución de modalidad es que haya un gran abanico de caminos y estrategias para llegar. No nos podemos manejar con una sola respuesta. El docente de educación especial tiene que tener distintas posibilidades de respuesta y desde la institución darle a ese docente todas las herramientas posibles, también desde los recursos materiales, para que realmente pueda tener un espacio para poder desarrollar esas propuestas. Si tengo talleres de herrería, tengo que tener hierro. No puedo dar herrería en forma teórica. Lo que critico de la modalidad a la que pertenezco es que si tengo un proyecto tengo que tener herramientas para que después, si queremos que hagan pasantías y se inserten en las distintas ofertas laborales, el chico haya transitado todo lo pre-profesional en una familia de profesiones, donde haya podido realmente tener el martillo, el destornillador, una gran cantidad de materiales, para que tengan una formación en la práctica que es fundamental en una institución de educación especial.
Andén: ¿Cómo se desmontan los procesos sociales discapacitantes, eso que las familias “cargan” sobre el integrante discapacitado?
V. F: A nadie le enseñan a tener un hijo con discapacidad. Cada familia, en función de cómo puede estar configurada, es llevada de acuerdo a la historia individual de esa madre y ese padre que se encontraron en determinado momento de la vida con un hijo que no lo habían imaginado. Así como se aprende a ser padres a medida que los chicos van creciendo, mucho más con esta situación de tener un hijo con discapacidad. Evidentemente, en las situaciones limites, cada uno se conoce realmente quién es y conoce cuáles son los recursos de salud y enfermedad que tiene. Para muchas familias, la discapacidad puede llegar a ser un concepto superador de muchas situaciones, pero no por resiliencia. Para otros, el miembro discapacitado puede llegar a ser el fusible que muestra la discapacidad de la familia. Hay familias en las que todo va bárbaro hasta que aparece el miembro que es distinto. Frente a la norma no había problemas, frente a otras demandas comienza todo a desestabilizarse. En otros casos el miembro diferente comienza a tener una especie de alianza mesiánica porque revaloriza roles que por ahí estaban postergados. No hay dos familias iguales. Paradojalmente, a mayor nivel intelectual de la familia y cuanto más poder adquisitivo tiene, el impacto de un integrante con discapacidad es mayor, por más que haya más recursos. Por ahí viene un padre que también tuvo dificultades en la escuela y no hay dentro del núcleo proyectos muy inalcanzables para el hijo discapacitado, es decir, nadie va a ser universitario por ejemplo, se unifica. No es tan distinto. El problema es cuando son padres universitarios. Una vez una madre sugería un taller literario para su hija en vez de cocina, y era algo que su hija no quería. Esa madre estaba atravesada culturalmente por algo que le quería ofrecer a su hija y que su hija no podía. El gran problema es que al no anticipar una situación así los padres no pueden seguir proyectando lo que quisieran para el resto de sus hijos. Entonces, tienen que parar y pensar qué es lo que este hijo mío necesita. Algunos lo pueden hacer, otros no. En una reunión de padres pregunté cómo imaginaban a sus hijos diez años en el futuro y aparece la angustia; la fantasía de la no presencia, quién se va a hacer cargo de mi hijo. En general, esto es lo que más desestabiliza. Pero también hay familias que agradecen a la vida poder tener un miembro distinto para poder entender una forma de existencia que, si no, no lo hubieran hecho.
Andén: ¿Cómo se maneja la autoconciencia de la discapacidad? ¿Llegan a percibirse a sí mismos como sujetos de derecho?
V. F: La gran mayoría tienen mucha conciencia de que hay cosas que no pueden. De hecho se habla. Sobre todo por las cargadas. Tenemos chicos a los que les cuesta hablar, a los que les cuesta más matemáticas, a los que les cuesta más lengua o quienes tiene un carácter explosivo y no saben cómo manejar ciertas situaciones. Ellos saben que esta es una escuela diferente, que no es una escuela convencional. La gran mayoría de nuestros chicos vienen de escuelas comunes. Pero se habla, hablamos lo que se puede, y lo que no se puede, se explicita. No todo el mundo puede tener la misma posibilidad de estudio y de formación. Es fácil decirlo, no es tan fácil que el otro lo entienda porque muchas veces compiten con miembros de la familia: mi hermano puede, mi mamá puede, yo también puedo. Como te decía, cuando el nivel cultural de la familia es más bajo es menor el conflicto a nivel emocional.
Andén: ¿Qué se les dice y qué herramientas se les brinda contra la discriminación?
V. F: La discriminación está en todos lados, también dentro de la escuela. Entre ellos mismos también se discriminan. Entonces lo trabajamos también dentro de la escuela. Hay que trabajarlo como un objetivo transversal. Cuando son más grandes les damos herramientas para ver cómo compensar el afuera. Es una sociedad que no espera al otro. El tiempo del otro no es la prioridad en la vida social. Pero ellos también discriminan, cuando juegan al fútbol y eligen quién si y quién no. Y nosotros los mezclamos aunque se quejen. Y está el que es elegido y tiene muchas novias y el que no es elegido. Lo mismo con las chicas. Igual que en un colegio convencional. Nosotros lo tratamos mucho más que las escuelas comunes y tratamos de darles la mayor cantidad de herramientas porque no nos esperan. Incluso, hay que decir que aquellos chicos en los que la discapacidad es menos notoria tienen más dificultades; si es más notorio, el otro, por vergüenza o conciencia, le tiene más paciencia. Pero el que pasa desapercibido tiene más dificultad. Les explicamos que a cualquiera de nosotros por muchas razones nos viven discriminando.
Andén: ¿Qué grado de integración es posible lograr?
V. F: Depende del grado de dificultad del chico. Se está trabajando mucho más. La idea es que aquel que pueda regresar al colegio común vuelva. Y aquel que no pueda integrarse necesitamos que participe de un centro de formación integral y laboral, que tenga la mayor cantidad de competencias para que pueda integrarse laboralmente todo lo que se pueda. Si no puede hacerlo en forma competitiva tiene que hacerlo en un taller protegido y si no en un microemprendimiento. Con lo que no estamos de acuerdo es con que se quede en su casa. Es la lucha constante de que se encuentren más espacios, y no solamente en la escuela. Por eso hay que trabajar con las empresas cuáles son los premios impositivos que se tienen si integran personas con discapacidad. Hay mucho desconocimiento de esto. Nosotros junto con el Rotary club hacemos charlas pero la gente realmente no lo sabe.
Andén: ¿Cómo se educa sexualmente a estos chicos?
V. F: el primer trabajo es con la familia. La familia suele negar la sexualidad. Nos piden que sean independientes con el dinero, que viajen solos, que lean, que escriban, que sean totalmente independientes pero… la sexualidad no existe. Hay un gran temor. Entendible para ver quién con quién. Se tiene el pensamiento “mi hijo/a no va a ser elegido por alguien que tiene una dificultad”, pero cuando aparece alguien que tiene alguna no lo elijo ni como yerno o como nuera. Porque la familia también discrimina: este me gusta, este no me gusta. Y tal vez está eligiendo a alguien que no va a elegir ni a su hijo ni a su hija. A nivel conocimientos se les da la misma información que en una escuela común, los conceptos son los mismos, cuidado, higiene, anticonceptivos, del cuerpo, cómo relacionarse. La familia con un hijo con dificultades tiene que estar mucho más presente y darle los espacios. La familia niega la sexualidad de sus hijos. Pero los que no tienen dificultades van a un hotel alojamiento, manejan. Estos chicos no. Entonces si me tengo que involucrar de un modo diferente a la hora del control de esfínteres, a la hora de caminar, a la hora de su educación, me tengo que involucrar de un modo diferente a la hora de la sexualidad. Y como es algo íntimo tengo que entender que tengo que correrme, dejarlo, y no negar. Tengo que ser un facilitador de que su sexualidad se desarrolle de la forma más natural posible pero aceptando que yo también me tengo que dar ese espacio.
Andén: ¿Cuál cree que es el compromiso del estado en materia educativa con los discapacitados? ¿Existe una política integral o esfuerzos dispersos?
V. F: Existe una política. Una cosa es la ideología y otra la economía. Puedo decir que todos los chicos se integren a las escuelas convencionales pero, si no pongo la suficiente cantidad de maestros integradores para que se logre una integración, queda solamente eso. De acuerdo a la convención de las personas con discapacidad, a la cual la argentina adhiere, el país ha sido calificado mal. Se creó el observatorio de discapacidad, la CONADIS, para tener una observación de cómo los derechos de los discapacitados se llevan adelante en la argentina. Hay mucho trabajo, pero para que se lleve a cabo esto tiene que haber transversalmente una política económica que dé los medios. Si quiero integrar tengo que saber con qué cantidad de discapacitados cuento, qué promoción impositiva hago, clara, para integrar. Tengo que saber, a nivel escuela, qué tecnologías puedo brindarle a un sordo, a un ciego. Hablamos de integración pero los discapacitados motores no pueden subir porque no hay ascensores. Por lo que escucho en la CONADIS, el estado argentino tiene una total conciencia, pero cuando vamos a los papeles hay una gran dificultad. Es muy difícil integrar grupos en los cuales el docente tiene más de treinta y dos chicos y con muchos problemas. Nos faltan escuelas comunes. Fijate la gente que hace colas para anotar chicos si son escuelas buenas. Se habla mucho. Lo bueno es que se habla. Hace veinte años atrás no se hablaba. Lo positivo es que es algo que trae conflictos. Si lo hace es porque hay movimiento en el tema. Antes se invisibilizada. Y la invisibilidad es no ver al otro que puede existir. Por otro lado, eso es también la negación de que cualquiera de nosotros puede ser discapacitado. Si va un cuadripléjico a quitarse una muela es muy probable que el dentista le diga que no sabe porque aprendió a sacar muelas en gente que abre la boca, pero no aprendió con alguien así. O en ginecología, cómo atender a alguien con un trastorno motor. En muchas carreras no se tiene en cuenta al discapacitado; por eso, a nivel de salud, se está revisando.
Andén: ¿Los medios construyen una imagen positiva de la discapacidad? ¿En qué medida visibilizan la cuestión y en qué medida la caricaturizan?
V. F: Más allá del rating que pueda dar tener discapacitados, yo creo que ha ayudado. Creo que hay determinados prejuicios que permiten que determinados espacios de la televisión han ayudado a ver determinadas cosas. Hay gente que es muy ignorante de lo que puede realmente un discapacitado, el bailarín con una sola pierna por ejemplo. Hay un imaginario social que tiende a no visualizarlo. Pero hay que estar muy atentos porque se puede utilizar esta situación. En el caso de Tinelli, que es un padrino de las olimpiadas especiales, se genera una situación de una persona que más allá de tener discapacitados en sus programas hace un apoyo. Puso a alguien con enanismo y resultó, y llevó al discapacitado mental, al discapacitado motriz, y a una modelo con ACV. ¿Cual es el mecanismo que puede idearse? No lo sé. Pero desde el lugar del discapacitado, ayuda. Ver a una persona con síndrome de down en la televisión permite ver que pueden hablar de fútbol, que pueden hablar en una radio y puede ser muy claro lo que conocen, entonces se permite masivamente dar a conocer algo que no se conocía.
Andén: ¿Desde el punto de vista puramente personal, realmente vale el esfuerzo?
V. F:Totalmente. Uno recibe muchísimo de estos chicos. Todo logro tiene otro peso. Uno trasciende de una forma distinta■