Es mi cumpleaños, fui a buscar a mi ahijado para llevarlo a casa. Esperamos durante una hora el 96. Constitución está repleto de gente. El ferrocarril Belgrano Sur está cortado. En Villa Soldati la gente reclama por la muerte de 3 chicos que murieron al caer desde un balcón en un edificio en mal estado.
La empresa de colectivos decide por algún motivo oscuro no dar salida a los servicios de 20:20 y 20:40. Ergo, 120 personas desesperadas por llegar a sus casas. En la vereda venden cerveza, vino y sexo gerenciado para toda la diversidad de gustos. Tengo que explicarle a un chico de 6 años que esas señoras están trabajando. Una de ellas, una trans entrada en años y no muy sobria le grita a uno que pasa “-¡A vos te la chupo gratis, rubio!-“. El nene me mira. Le doy un muñeco del increíble Hulk que tengo en la mochila para que se ocupe de otra cosa.
Llega el colectivo. Subimos. Nos sentamos. Antes de arrancar suben dos pibes que tienen entre 17 y 20 años muy mal llevados. Uno no paga el boleto porque se le canta. El chofer no le dice nada. Están borrachos y drogados. No hace falta deducirlo, ellos mismos lo gritan; tienen ganas de hacerlo saber. La mano viene de bardeo y griterío. Uno de los pasajeros, un flaco de unos 30, les da charla tratando de aplacarlos. No surte efecto. Hablan como hablan las malas imitaciones de pibes chorros, con ese ritmo que arrastra las palabras y las deforman: “ehbhh ameooo”. Me piden un cigarrillo. Les digo amablemente que no tengo y les recuerdo – grave error- que no se puede fumar en el colectivo. Me miran con desprecio. Me pongo la capucha. Mi ahijado se duerme. Cuando estoy conciliando el sueño uno de ellos me da un codazo en medio de la cara. Todo el colectivo guarda silencio y mira la situación. El pibe se disculpa, todos sabemos que fue apropósito. Quiero matarlo. Son dos, están drogados y estoy con un chico dormido y no tengo sus documentos. Pero los quiero muertos a los dos. Me quedo en el molde. La situación me tiene en desventaja. Nadie dice nada. Le pido que se agarre mejor. Me dice que si quiero viajar cómodo que viaje en subte. Me quedo callado pero deseo la muerte de toda su miserable estirpe. Me siguen bardeando pero me la aguanto. No me preocupa mucho lo que se diga de mí ni quedar como un cagón. Pero vuelvo a lo mismo, estoy con una criatura.
En algún momento comienzan a bardear al público en general, a los viejos, a los que viven en González catán, a los que no toman merca. Hasta que, a la altura de Ciudad Evita, dicen las palabras mágicas: “los de Lafe son todos putos”. La gente de otras geografías no podría entender cabalmente que hay lugares donde ciertas declaraciones deben sostenerse con la propia corporalidad. Quien viaja ,por ejemplo, en el 12 de Barracas a Palermo puede decir que los de Balvanera son cagones y nada pasaría. Quien dice arriba del 96 que los de Laferrere “son todos putos” pone su vida en mano de los dioses.
Lo dicen: “-Los de Lafe son todos putos.” Y lo repiten “-Los de Lafe son todos putos.” El flaco que les daba charla se hace a un lado. Un tipo gigante, gordo, enorme, con campera del sindicato de camioneros emerge desde el fondo del colectivo. Le grita al chofer que pare. El chofer, para. Detrás de él vienen dos más. Le gritan a los pibes que se bajen. Se niegan. Durante 5 minutos por reloj los muelen literalmente a palos. Participan los 3 camioneros, y otro pasajero que tienen al lado. Dos viejas y una piba les dan carterazos. A una de ellas le manchan la camisa con un chorro de sangre.
La cara de los dos está completamente deforme, repleta de un chocolate espeso y rojo. Tienen la ropa rasgada, apenas se mantienen en pie. Por un segundo pienso en llamar a la calma y pedir por la integridad de esos pobres infelices. Dudo mucho que los pasajeros estén en condiciones de entender que son menores, en desventaja numérica, sin lucidez ni posibilidad alguna de defenderse. Amenazan con pegarle –incluso- al flaco que les daba charla. Los tiran en un descampado. Caen los dos casi desmayados. La gente se aplaude a sí misma. Uno grita: “-esos son los que nos matan a cuando salimos a laburar.”
El colectivo se pone en movimiento. Comienzan a reírse, satisfechos de sí mismos. Hay un aire de justicia, raro. Lo percibo, lo siento, pero me incomoda. Los justicieros son el centro de la escena, narran episodios dentro del combate y declaman. Uno cuenta como al pasar la escena en la que me dieron el codazo. Al llegar al centro de Laferrere bajan despidiéndose, con una sonrisa. El colectivo vuelve a llenarse y sigue con su recorrido.
II
Escena paralela. Mientras le pegaban a los dos pibes una vieja ve la oportunidad y se pone a llorar. Dice que le falta el aire. Le dan el asiento, le ofrecen agua. A los 5 minutos está hablando por celular como si nada.
III
Al llegar al km. 29, intersección de la ruta nacional nro.3 y la ruta provincial nro.21 hay un reacomodamiento de pasajeros. Muchos bajan, muchos suben. Frente a mí y a mi ahijado que duerme, se sienta una vieja. 60 y pico largo de años, desaliñada y llorando. Tiene varios bolsos. Suena su teléfono, mete la mano en la cartera y saca un celular enorme, de esos que valen varios miles de pesos y son lo último de lo último. Empieza hablar. En 2 minutos me entero que el que llama es el marido y que el tipo le había pegado, otra vez. Y ella se fue de la casa. Habla con tristeza. Cuando le corta dice: “-chau, mi amor-.”
IV
Junto a la vieja que llora se sienta una maestra de unos veinti poco años. Es gorda y blanca. Es casi el hombre de malvadiscos de los Cazafantasmas. Le ofrece un pañuelo descartable que la vieja acepta. Le toca la mano y se la acaricia. Comienza a hablarle. Solo distingo la palabra “Jesús”. Me coloco los auriculares y subo el volumen al mango.
V
Estamos cerca de llegar. Comienzo a llamar a mi ahijado. No se despierta. El colectivo está lleno y me va a costar mucho bajar con un pibe dormido.
Lo muevo un poco y no reacciona. Por alguna razón miro hacia abajo. El pibe, durmiendo, me babeó los pantalones y parezco meado. Cada vez más cerca y el pibe… nada. Lo zamarreo un poquito y abre los ojos. Me cuesta un huevo y medio que se pare. Caminando se enreda en la cartera de una mujer que me mira como si yo fuese un pelotudo. Cuando veo la oportunidad de hacerle upa lo alzo y bajo del colectivo. El aire frío me pega en la cara. Cuando lo apoyo en el piso el pibe me da una patada en la canilla. “-¿Por qué me despertaste?-” Me increpa. Me quiero matar.
VI
Lo juro, fue todo así. Y así siguió.