Ahora que afortunadamente se está hablando mucho sobre el aborto quiero sumar un poco de mi experiencia, desde mi lugar de hombre, porque por ahí suma, o escandaliza, o deja algo resonando.

Hace muchos años salía con una piba. No teníamos una relación estable, pero nos frecuentábamos seguido. Yo 27, ella 22. Yo no tenía un mango y ella venía de una familia con muy buena posición. Yo no tenía laburo cuando nos conocimos y ella no necesitaba laburar.

Un día conseguí trabajo. Al mes, justo al mes, ella me manda un mensaje muy contundente. Me quería ver. Luego del trabajo, fui. Estaba embarazada. De dos semanas. Se me vino el mundo abajo. Habíamos hecho todo bien, siempre usé preservativo, nunca jugueteamos, nunca lo hicimos en un estado en el que cuidarnos dejara de ser importante. Nos queríamos matar. Yo no podía conmigo mismo. He reprimido por completo el estado emocional en el que estaba desde que me fui de su casa hasta que llegué a la mía. No puedo recordarlo. No se lo conté a mi familia. Estábamos en un momento complicado de guita, complicados de salud, complicados para que uno le sumara otro mambo más.

Al otro día ella me dice que su padre quiere hablar conmigo. Fui, como quien va al cadalso a dejar su cabeza, como quien se despide de los sueños y de la vida. No estaba preparado, no lo estoy hoy, diez años después y no lo estaba entonces. El tipo fue la voz misma de razón. Me dijo que no tenía que sentir que me tenían agarrado de las pelotas y que entendía que me sintiera expuesto pero que eso había que hablarlo. Me dijo que primero iba a escuchar y hacer lo que dijera su hija, luego lo que decidiéramos ella y yo juntos y por último me iba a escuchar a mí. Ella no sabía muy bien qué hacer. Yo sí. Yo no estaba listo. Yo no podía económicamente hacerme cargo de una criatura. Seguro que ellos sí, seguro que ellos podían darle una vida incluso muy pero muy superior a la que yo podré acceder nunca jamás. Pero tampoco podía vivir en paz sabiendo que eran otros los que le daban de comer a una posible criatura nacida de mi esperma. Sin embargo nunca, nunca, nunca dudé que la última palabra era de ella.

Ella lo pensó. Sé que le dolió decidirse. Quería ser madre. Era una idea con la que siempre había coqueteado. Pero creo que entendió que yo no era el compañero adecuado para ese viaje. Por un montón de motivos que es al garete enumerar ahora. No íbamos a seguir adelante con ese embarazo.
Ahí volvió a hablar su padre. Me dijo que como él era un profesional de la salud tenía los contactos suficientes como para solucionar el tema. Nunca se dijo aborto, la charla –acaso la charla más importante de mi vida con un desconocido al que había visto dos o tres veces- fue una elipsis monumental de esa palabra. Yo siempre fui un tirado, un pibe del conurbano profundo que vive en un barrio donde la gente come cada tanto. Toda la vida escuché historias de abortos en casillas mugrosas donde las mujeres desesperadas, sin una moneda y sin ningún futuro van a terminar con los embarazos no deseados productos de la casualidad, la violación, la inconciencia. Mujeres que muchas veces no salían con vida. O salían y se iban a morir a la salita de primeros auxilios donde los médicos están hinchados las pelotas de atender esos casos. Le dije al padre que lo que fuera que tuviese que hacerse se tenía que hacer en el mejor lugar. Que yo no tenía un peso partido por la mitad pero que estaba dispuesto a pedir un crédito para que fuera seguro. Le dije lo de las casillas. El tipo me miró como si estuviese hablando con una criatura que por primera vez veía el mar y afirmaba que era grande y mojado. Creo que casi se sonrió de mi inocencia.

Hizo dos llamados. Anotó un número y se lo dio a su hija. Ella llamó, concertó una cita para la semana. Fue sola. Yo trabajaba. Era un médico del hospital italiano. Le dieron turno para el sábado siguiente. Durante la semana ella tuvo, como era de esperarse, idas y venidas con la idea. Veía chicos y lloraba. Me mandaba mensajes de madrugada diciéndome que no lo iba tener, como para convencerse a sí misma. Yo ya no sabía qué decirle porque todo lo que dijera estaba teñido de mi desesperada conveniencia. No dormí en toda la semana. Ella tampoco.

Llegó el sábado. Fuimos. Era en barrio norte. Sobre la calle Austria. Un edificio ultra recontra cajetilla en la que un señor muy elegante te abría la puerta y te deseaba buenos días. Cuando estábamos en el ascensor a punto de llegar al piso lo paré. Ahora que lo pienso el gesto fue de una teatralidad ridícula pero no supe hacerlo de otra manera. Le agarré la mano y le dije que si tenía dudas, que si quería seguir con ese embarazo pegábamos la vuelta y veíamos quá salía. Nunca tuve tanto miedo en mi vida. Fui egoísta. Tenía miedo por mí. Ella ponía el cuero y el que tenía miedo era yo. Me miró y el ascensor llegó al piso. Abrió la puerta y entramos al consultorio.

El médico era un langa fornido con corte de peluquería cool, tostado de cama solar que hablaba como los vendedores de autos. Le preguntó si había seguido las instrucciones que le había dado y le contó el procedimiento. Iba a durar menos de diez minutos. Iba a hacerle una suerte de soplido de aire que desprendería algo del útero. Ella le dio un sobre con el dinero que su padre le había dado. El tipo me miró y me dijo que tenía que salir y esperar en una salita. La miré, le di un beso y salí.
En la salita había una radio. El sol entraba por la ventana. Cuando me senté comenzó a sonar “color esperanza” de Diego Torres. Nunca más pude escuchar esa canción. Duró años. Duró lo que dura una vida. Duró el tiempo que dura dejar de ser alguien y pasar a ser otro. Y cuando terminó la canción el tipo abrió la puerta y me dijo “ya está, todo perfecto” como si hubiesen pasado solo cinco minutos. Ella estaba dolorida. Nos quedamos un rato mientras ella lloraba mitad por lo que fuera que hubiese en su cabeza en ese momento mitad por el efecto de la anestesia. Cuando pudo caminar salimos. En la salita había una vieja con aspecto muy humilde junto a una nena de unos doce años. Al salir del edificio el portero nos deseó buenos tardes. No contesté. Ella lloraba.

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Voy a ser sincero: durante 9 meses no dormí. La vida era una especie de duermevela larga y gris. Ese aborto salió $2000. Mitad ella y mitad yo. Aun hoy mi machismo me dice que debería haberlo pagado todo yo. No puedo resolverlo. Vivía con menos de $400 al mes. Un día me compré un paquete de caramelos sugus y me di cuenta que no me alcanzaba para el colectivo. El día que terminé de pagarle a su padre la mitad que me correspondía el tipo vino, me dio la mano y me felicitó por cumplir con mi palabra. Al mes gastó esa misma suma comprandose cuadros.

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Ella venía de un mundo donde no se pasaba una sola semana sin ir al psicólogo. En ese sentido, la contención le sobraba. Tal vez la mía flaqueaba un poco. Hacía un tiempo había cursado una materia muy vinculada a la edad media en la que la reflexión sobre el alma era fundamental. Durante esos meses la caja que guardaba esos apuntes latía. En serio, latía, casi literal. Años después cuando pude ir a una psicóloga y contar esto la mina me dijo que en ese punto -en el de la caja- había mordido la banquina de la psicosis y que me salvé porque era demasiado racional como para volverme loco. No era un halago.

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La relación con ella terminó mal. Reproches, escenas, idas y vueltas. Siempre me reclamó que yo no le contara lo que me pasaba a mí con ese asunto. No entendía que no podía hablarlo. Que era como una cosa atravesada en la garganta que no podía salir. Hace años que no la veo. Después vino la vida y más o menos me acostumbré a la idea. No estoy orgulloso. No me jacto. Pero lo volvería a hacer si la situación fuese la misma, es decir, sentaría otra vez la misma posición, creo. Algunas veces pienso que los dioses me lo van reclamar, pero no me importa. Eran mis circunstancias y fueron las de ella y fue la decisión correcta para el hombre y la mujer que fuimos en aquel entonces. Pienso en todos aquellxs que no tuvieron nuestra suerte de contar con alguien con guita y contactos. Pienso que Barrio Norte y Recoleta, que Adrogué y Ramos Mejía, que Nordelta y Parque Laloir están llenos de antros como al que fuimos y ahí está super bien hacerse un aborto siempre que pagues y guardes silencio pero si sos pobre y vivís en el Jaguel o en Barrio Nicol; si vivís en Puente Escurra o en El palomo; si vivís en la Villa 31 o en Lugano 1 y 2 no tenés derecho alguno a que las cosas te salgan bien. Tenés que caer en una casilla mientras acompañás a tu novia y te llevás un cadáver o sacás a una flaca con pérdidas porque tiene un raspaje mal hecho. Y no porque la mina sea una puta que se lo buscó y vos un barrilete irresponsable sino porque algo salió mal porque la vida es una forra y no se deja doblegar con tus precauciones de mierda. ¿Por qué no se puede ir a un hospital público para que las cosas se hagan seguras y asépticas y entonces, como buen ciudadano, podamos volver a casa cargando nuestra culpa o nuestra responsabilidad? ¿Por qué además de lo que nos pasa por la cabeza tenemos que bordear la delincuencia y endeudarnos hasta la manija y escondernos como no se esconden los ricos que lo hacen y viven tan chotos dando clases de moral? No hay una sola respuesta racional para eso. Dicen que el tema es pianta votos, dicen que va en contra de la palabra de Dios, dicen que te jodas por no coger en el marco del matrimonio, dicen que te lo banques y le des el pibe a alguna de las miles de parejas que no pueden procrear, dicen que si se legaliza todos van a garchar a pelo total después se lo sacan, como si fuera igual a ir a un recital, hacerse un piersing o un tatuaje de frutillitas; dicen, dicen, dicen pero nadie hace el menor esfuerzo en ponerse en los zapatos de los otrxs porque hasta que no estás ahí y te la fumás solo o con tu pareja, no entendés de qué va.

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Cuando te cruces con un debate sobre el aborto no seas boludx, tomate cinco minutos para pensarlo en serio. Nadie pasa por eso porque es divertido. Dale la libertad de cargar su mochila de piedra con la seguridad de saber que va vivir para contarlo. Nada más. Y si me pasé de machista en algo que dije, discúlpenmelo, yo también estuve ahí.