“Frente a frente con el falocentrismo heteropatriarcal cisnormalizador de corte esteticista” pienso mientras una flaca en musculosa se agarra del caño y deja ante mis ojos su axila poblada y frondosa de pelos. En ellos tiene unos manchones blanco-metálico como si se hubiese puesto eficient en spray bajo el brazo o esos desodorantes a bolita chinos que valen cinco pesos, que te dejan un menjunje gelatinozo y tienen olor al delta del Chang Jiang. Lleva un vestido lindo, de colores, tal vez un poco corto para un 96 que va hasta las pelotas. No porque la vayan necesariamente a embarazar sino porque el primero que se enganche con él la va a dejar literalmente en pelotas. Lo único que nos separa es mi mochila. La tengo puesta de frente.
En un tiro me incomoda su escote. No deja nada pero nada de nada librado a la imaginación; y eso que la mía es amplia y masturbatoria. Masca chicle. Debe ser enorme porque mueve toda la mandíbula al hacerlo. Usa unas uñas postizas rojas de, facil, tres centimetros, a las que les esparció una especie de brillantina negra. Pienso en la caca de las cucarachas de la oficina a las que fumigan con agua y buena onda desde que asumió Macri.
La flaca se agarra con una sola mano. Con la otra sostiene su cartera y el teléfono en el que ve tutoriales de maquillaje en youtube que hacen adolescentes pasadas de speed con seven up. Su sentido del equilibrio es admirable. Yo voy con la espalda apoyada a un punto firme y aun así me muevo de un lado a otro cual borracho en una montaña rusa que no sabe hacia qué lado vomitar los rabioles de anoche. Ella, no. Tiene esos zapatos, sandalias, suecos o como carajo se llamen con una suela de diez centímetros de caucho con flequitos de cuero. Cuando los veo no puedo evitar relojear el estado de sus piernas. Veredicto: complicadas. Se tiñe los pelos de las piernas de dorado.
El problema comienza a la altura del peaje del mercado central cuando, siguiendo las instrucciones de uno de los tutoriales, decide pintarse los labios. Sin soltar el teléfono saca un lapiz de labios de la cartera. Es rosa o violeta ultra-recontra-hiper-fluo-neón. Sin soltar la cartera, ni el teléfono ni el caño, le entra. Tira crayonadas de color de forma magistral por toda su boca. Hasta que el bondi frena. Parecemos una botella a medio llenar que se agita. La flaca tira un manotaso. Me la pone en la oreja. Me pinta de fluo-neón los auriculares. De pedo no me deja un surco rosa en mitad de la jeta. La vieja que tiene al lado se me caga de risa. La flaca, sin soltarse ella, ni al celular, ni a la cartera, ni al labial saca una especie de carilina húmeda y sin mediar palabra de disculpa o algo semejante estira el brazo y me limpia el auricular. Por un segundo flasheo que se va a ensalivar el dedo y me va sacar una mancha de la cara. Termina. Le agradezco. Nunca me dirige ni la mirada más modesta.