En el auto que va junto al colectivo que viajo, el conductor incita a su acompañante mujer a que lo masturbe. Ella se ríe pero se niega. El tipo estira la mano, toma la de su compañera y la pone sobre su bragueta. Ella la retira, sigue riéndose. Mira instintivamente de un lado a otro. El tipo insiste. Van solos, tienen el termo junto a la palanca de cambios. Seguro tienen la calefacción al mango porque él tiene puesto solo una camiseta de mangas largas. Ella, un pañuelo de colores alrededor del cuello. Imagino que hablarán de algo y cuando ella se descuida…¡Paf! El tipo le agarra la mano y se la lleva al bulto.
Ella no es ni linda ni fea o eso parece a 5 metros distancia, 2 vidrios de separación, con un sol helado de frente y el sueño atrasado de toda la semana. La secuencia de tire y afloje – no es literal- ocurre a paso de hombre desde la avenida Carlos Casares hasta el semáforo de Ciudad Evita. Casi 15 minutos. En los autos de alrededor, todo tranquilo. Los que viajan conmigo, en la suya. A la espera que corte el semáforo el tipo sube un cambio, y se baja el cierre. Sin sacar nada vuelve a tomar la mano de la chica; ella mira nuevamente para todos lados con una sonrisa pícara, cómplice. Parece que fue convencida. Mira para arriba. Su mirada se cruza con la mía. Quita la mano rápidamente y ya no sonríe. Soy un boludo, les cagué la fiesta. Sory.