Tengo un paraguas. Tengo un paraguas negro. Tengo un paraguas negro con forma de espada. Sí, de espada, el mango es el de una katana, una espada japonesa de efectividad legendaria. Hoy día la usan para matar zombis y mafiosos en la tele. Es tan realista que tiene habaki, seppa, suba y fuçi, que son partes de la espada solo que las del paraguas son de plástico. Me la regaló una amiga. El hermano labura importando cosas locas de china y supongo que la sacó de ahí. Fue un gran regalo.
La gente flashea que es una espada posta.
Hace tiempo estaban arreglando Plaza de Mayo. Habían dejado un pasillo entre la plaza propiamente dicha y las rejas de la Casa Rosada. Todavía la habitaba el domador de reposeras, así que todo era un quilombo. Había llovido y llevaba el paraguas colgado de la mochila. Dos milicos me pararon de mala manera cuando los crucé. La gente que caminaba a mi alrededor se abrió. Uno me preguntó medio prepotente qué hacía con eso mientras apuntaba con un gesto de la cabeza al mango del paraguas. Me reí. Me miraron. Le dije
-¿A usted le parece, oficial, que puedo andar con una espada de verdad caminando por la calle? Mire, es un paraguas de plástico.
El que habló se puso rojo. El otro se cagó de risa.
-Andate, pibe- ordenó. Me fui.
Todos preguntan qué carajo es cuando lo ven.
Otro día estaba en la parada de casa y llegan dos adictos a lo que sea. Hablaban un idioma mezcla de arameo, copto medieval y boludés. En un momento siento que uno balbucea
-Ameeeooo, esa e’ una espada de kunfu, como la de Naruto?
-No, campeón, es un paraguas. Tiene el pomo que es de espada nada más.
-Faaaaaaaa ameo tá re piola.
Por suerte venía el bondi porque la miraban con mucho cariño.
No voy a negar que cada vez que llueve me siento el guerrero épico y viril que nunca podré ser; que mientras la llevo fantaseo batallas imaginarias con malhechores, archienemigos, orcos, stormtroppers, mortífagos, seguidores del barón Harkonnen y macristas de toda laya. Caen dos gotas peladas y ya me siento Conan, el heredero de Isildur y Salomón. Después me duele la cintura una semana cuando le hago upa a mi primo de cuatro años, pero no importa, flasheo un heroísmo que después en la vida cotidiana no puedo sostener…hasta ayer.
Volvía en el Roca desde Bernal. Al llegar a Constitución esperaba la horda primitiva, esa turba desesperada por un asiento capaz de matar y violar a sus hijos con tal de subir primera. Estaba ahí. Sedienta, famélica de sangre y asientos. La apertura de puertas siempre es violenta. En países habitados por seres más o menos humanos los usuarios dejan bajar a los que vienen sobre el transporte antes de intentar subir, para evitar cuellos de botella y atascos. Pero esto es Esparta.
Se abrieron las puertas y el roce no fue el mismo de siempre. No era el típico tironeo con empujones. Por alguna razón entraron en scrum, cual rugbiers dispuestos a todo. Hombres, mujeres, viejos, niños, jóvenes de saco y corbata, borrachos zaparrastrosos, mujeres con bebés. Como poseídos por un furor berserker pegaban trompadas y patadas para pasar. Nos sorprendió a todos, aprisionándonos contra las paredes opuestas a la puerta. No había modo alguno de salir y ellos no tenían modo de seguir entrando al vagón. Empezaron las piñas. Uno de los que quería bajar pateaba sin piedad. Un par de los que querían subir tiraban manotazos contra una mina que les daba carterazos. Y me saqué. Agarré el paraguas y entré a darle sin asco a la turba. Como estaba lejos de la primera línea de combate podía pegar sin contenerme ni aguardar contra ataque, a lo salvaje, como si fuera un hacha, como si le estuviera cortando el marote a un criminal. Me avergüenza un poco contarlo pero les grité frases un poco cuestionables. Hice mención a sus discapacidades cromáticas, a la profesión de sus madres, al lugar donde vivían y le desee la muerte a su infecta progenie. A mí favor debo decir que cualquiera lo hubiese hecho.
A fuerza de pujar pudimos salir. Tuve la suerte de no recibir ningún golpe. Cuando miré la punta de mi paraguas tenía una mancha de sangre.
-El acero ha saciado su sed- Pensé para mis adentros.
Claramente soy un pelotudo.