Barracas kosher al fondo

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Viernes. 17:30 casi 18. Voy hasta Barracas. Tomo el bondi. No es lejos pero estoy apurado. Me siento en el fondo. En la parada siguiente sube un tipo grande, sesentí largos o setenti pocos. Judío ortodoxo o algo parecido.  Camisa blanca, pantalón negro, kipá verde. No lleva saco y del cinturón no le cuelgan los cordoncitos típicos. Va con cinco nenitos. Cinco. Ya no está en edad para esos trotes pero el paisano ya’ta en el baile. Los nenitos abarcan todo el arco de la infancia. El más grande, unos 9 vestido igual que el viejo, blanquísimo, como la camisa que usa. Se le nota la falta de sol. El que le sigue tendrá unos 6, igual pero más desalineado, como si la pilcha le importara poco. Le siguen dos nenitas. Una muy muy parecida al de 6, probablemente melliza. Pollera larga. blusa. Zapatos coquetos. La única concesión a la moda es una cartera rosa. La otra nena, de unos 4, está igual solo que la carterita que lleva tiene un dibujo de los Backyardigans saludando. El viejo lleva al quinto. Un bebé, grandecito. No tiene rastros de género pero los hermanos mayores juegan a ponerle una kipá diminuta que el bebé insiste en sacarse y tirarla al piso mugroso del 12. Todos salvo el viejo y el bebé llevan barbijo puesto. El viejo lo usó solo al subir para que el chofer no le diga nada pero al llegar al asiento se lo sacó. El de 6 le dice que no se lo saque pero el viejo le dice seco pero con una sonrisa que el zeide es grande y sabe lo que tiene que hacer.

Abuelos

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Uno de mis abuelos era polaco. Polaco, polaco, de esos que suelen nacer en polonia, como suele ocurrir con los polacos. Era de todo menos rubio y esbelto. Descendía, pues, de una estirpe de judíos cagados de hambre. Los que pudieron se subieron a unos barcos y los que no, tuvieron un problemita, digamos que domiciliario, en Auschwitz.