Laburo, como mucha gente, en una institución en la que no te dejan instalar cualquier cosa en la computadora de trabajo. Tiene su lógica. Hay tan poca educación informática que los dejás solos un rato y queriendo abrir un power point de minas en bolas te terminan formateando un disco rígido. Así que los que deciden sobre esas cosas te restringen todo y a cagarse. Como quien dice, pagan justos por pecadores. Como ocurre siempre que se pone límites a algo, el límite es arbitrario y caprichoso así que se ponen la gorra con instalarte el software más inocente con las excusas más tontuelas. Es por eso que buscando alternativas desde hace algunos años me di a la tarea de satisfacer algunas necesidades informáticas sin tener que apelar a soft instalable. Como aquellos que descubren un nuevo continente me encontré con el universo fascinante de las apps online. Ahora es común y se cae de maduro pero hace 10 años era una rareza que comenzaba a extenderse. Un coletazo de la red 2.0. Incluso hoy, sometidos a la realidad del aislamiento forzoso y la vida online es curioso que miles y miles de personas sigan pariendo la búsqueda de soft, llorando en redes y foros por claves de programas llenos de virus, que necesitan una licenciatura para poder ser instalados, que vienen de oscuros galpones de la internet más recóndita y que no aseguran ningún éxito, pero sí más de un dolor de cabeza.