bucle

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Hace muchos, muchísimos años, cuando tenía fe en lo transmundano y lo militaba, algunos de los hermanos de la comunidad de La Salle solían decir que, así como uno pensaba fuerte en la persona que le gustaba, tenía que pensar en Dios. Era una suerte de práctica mística, como el OM de las religiones dhármicas, pero en silencio. Los judios, por ejemplo, se mueven rítmicamente al rezar, ya que el alma es una candela de dios como se sugiere en el libro de los Proverbios. Ese movimiento, como el de una llama, reconcentra el pensamiento según ellos. También lo hacen los Sufíes, una rama mística del Islam, quienes bailan dándo vueltas hasta el trance.

Este mundo solamente romperá tu corazón

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Todos tenemos la experiencia del bucle mental, esa idea compulsiva a la que volvemos una y otra y otra vez sin solución de continuidad y que nos impide retroceder tanto como seguir adelante. Esa idea, asociada a prácticas determinadas, es quizás una de las características principales de la neurosis obsesiva. Un retorno a la niñez más primaria en la que el acto de la repetición fijaba conceptos. Eso que hacen los infantes que ven un millón de veces las mismas películas, los mismos dibujitos; que preguntan casi como en una conmoción mental «¿Y mamá? ¿Y papá» «¿y Candela? ¿Y la moto?». La repetición pavloviana como fijación y refuerzo de algo del mundo que nos ha interpelado y se afinca en el hondo bajo fondo eternamente sublevado.