Ayer me quisieron afanar. Fue en mi barrio, en la esquina de mi casa. 10 de la mañana. Salgo para el laburo, tarde como siempre. Mi viejo me abre la puerta. Camino hasta la esquina. Salto una zanjita, levanto la vista. A unos 50 metros una señora baldea la vereda luego del temporal. En frente, otro vecino saca las hojas acumuladas en la puerta de su rancho. Más allá, una flaca viene con 2 nenitos de la mano. Otro, le mete mano al motor de un auto en plena calle. Hay varios perros sueltos. Viene un tipo ramdom, indistinguible del grupo ecológico local. La prototípica facha de pibe chorro, gorrita, pilcha deportiva, camperón tipo muñequito Michelín, con su correspondiente déficit cromático y todo. Casi no lo registro. Borges decía que en el Corán y Las mil y una noches casi no se menciona a los camellos no porque no estuvieran sino porque iba de suyo que estaban ahí, como el glifosato en una escuela rural, el hielo en la Antártida o el fascismo en Córdoba, siempre están, son parte del aire. Estos pibes, también. No es que sean efectivamente chorros, pero para ser parte, para pertenecer, para tener una identidad colectiva se lookean así, hablan como hablan los pibes chorros, se cagan de hambre como ellos y comparten sus defectos y virtudes. Nada de lo que Marx o Bourdieu no hayan escrito, aunque pocos los lean.