Para algunos es repelente, para mí es magnético. Veo a alguien llorar y me acerco. No me interesa consolarlo, no podría, no sabría, no querría. Solo me interesa la historia. Y si encima, el que llora tiene un teléfono en la mano, mejor aún. Más que los caramelos y las tortafritas. Es pura ganancia, no tiene que hablarte y seguro, de reojo, podés chequear lo que escribe o escuchar lo que le cuenta a otro. Si ya la gente en estado normal te abre su intimidad con la pantallita al aire, más aún cuando la angustia le ocupa toda la atención.