Caballito. A unas cuadras de Acoyte y Rivadavia. El gentío está a un paso de cortar la avenida. Extrañamente no reclaman nada, no se quejan de nada. Están celebrando. Lo curioso es que celebran cosas distintas. Unos, que egresan de la escuela cheta y de misa diaria que está frente al parque. Ochenta púberes pre adolescentes saltando, gritando y mandándose mano no tan a escondidas. Otros, que se recibieron de algo y salen haciendo trencito del Starbucks. Son como veinte. Como la vereda es estrecha avanzan sobre la avenida hasta ocupar casi la mitad. Hay un embotellamiento de la hostia y bocinazos ensordecedores. Por Campichuelo doblan unos flacos con facha de partidito de viernes con los pibes que arengan a la selección, cantan que en Brasil son todos putos, que le ganan a Francia y vuelve Cristina. Salen unos cuantos chiflidos de algún lado. O de varios. Los flacos se detienen, de golpe. Miran envalentonados. Nadie recoge el guante. Por suerte no retrucan. Siguen caminando, pero sin cantar. Les pincharon la onda.