Son un fenómeno del paisaje, habitual, pero también disonante. No es que no están, no son o son una entelequia, no señor, están ahí, pero se camuflan hasta que llega diciembre o febrero. Esa es su temporada alta, solo que, a diferencia de los comerciantes de lugares turísticos, estos no roban, o sí, pero de otra manera. Son los que se llevaron materias. Por vagos, lelos, mal afortunados o simplemente porque el profe les tiene bronca por votar a Milei y querer vivir del mundo cripto, lxs pibitxs andan en uniforme o guardapolvos cuando la muchachada sale a comprar el pan dulce o la espuma del carnaval. Sus caras lo dicen todo, caras de hartazgo no asumido, de calor, de querer irse a boludear como lo hacen los que tuvieron el buen tino de copiar la tarea sin alardes. Ni hablar si los padres los amenazaron con sacarles algo o lisa y llanamente molerlos a palos.