Colectivo semi repleto. Media mañana. Lunes. Sin preguntarse por si es o no correcta la oportunidad, una pareja que va con una bebé comienza a moverse en sus asientos. Inquietos, revuelven cosas en un bolso de mano, intercambian lugares. El tipo se pone de pie. La mujer extiende una mantita, desnuda a la bebé y le cambia el pañal. El olor a mierda entre sólida y chiclosa inunda al colectivo que, como está fresco, lleva las ventanillas cerradas. Alguien tira unas arcadas que todos ignoramos, pero no impugnamos. Se corren todos los vidrios e incluso el chofer abre las puertas a riesgo de perder a alguno de los que van parados porque es medio salvaje, y cuando dobla parece uno de esos psiquiátricos que hacen motociclismo en La isla de Man.