Rareza

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Supongo que a la mayoría nos sorprenden esas amistades que se sostienen a pesar del tiempo y la distancia. Las aplaudimos y las celebramos. Amigxs a lxs que vemos muy muy de vez en cuando y de los que tenemos pocas noticias, incluso en estos tiempos de redes e instantaneidad, y que sin embargo, al reencontrarlos, parece como si la distancia y el tiempo no las hubiesen mellado. Pasa también con ciertos amores profundamente pasionales, o aquellos gentilmente calmos. Perdemos el contacto y al retomarlo la pasión o la calma están ahí como característica inalienable de ese vínculo. Es raro, rarísimo ese fenómeno. No nos pasa muy seguido y probablemente en el transcurso de toda una vida pase dos, a lo sumo tres veces. Hay a quienes no les pasará nunca.

Un tiempo

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Hace algún tiempo quise mucho a alguien o si no mucho, como me salió querer. La quise bien, que es lo mismo que decir que la quise sin subterfugios, sin esas caretas que a veces usamos para parecer mejores ante los ojos de la gente. Compartimos noches y no todas esas noches estuvieron cargadas de épica pero fueron deseadas y apreciadas. Algunas de ellas, incluso, podrían ser cantadas por cualquier rapsoda en cualquier lugar del mundo porque la dicha de la carne, perra, libre y en bruto no se somete a la historia ni a las mañas. Algunas otras, más calmas, fueron como el momento en el que alguien cualquiera se saca los zapatos y pisa el pasto de la mañana con los pies desnudos. Una mañana de madrugada, en lo oscuro de la noche. Un despertar sin estridencias antes de irse a dormir.