Subo. Ni muy lleno ni muy vacío, ni mucho calor ni un frío de cagarse, ni música a los tacos ni silencio de sepulcros, ni sí ni no, ni blanco ni negro. Todo normal salvo la sordera del chofer. Uno pensaría que la combinación de barbijos más pantalla protectora del bondi, más ruido del motor, más bocinazos justificaría que nadie pueda escucharse. Falacias. El colectivero no escucha porque es medio sordo de verdad. Hay que gritarle. Acerca la cabeza al cortinado de baño transparente que le pusieron para no pegarse el bicho como si eso hiciera más claro el sonido. No se lo puede juzgar por eso. Todos hacemos lo mismo. Nos acercamos a la cortina y le gritamos hasta dónde vamos. Le cuesta entenderme. En un tiro pienso que es joda porque siempre subo al mismo bondi, con el mismo chofer, a la misma hora, vestido casi siempre igual. Por más opa que seas alguna regularidad en tu vida tenés que ser capaz de detectar. Cuando consigo que me entienda, marca el boleto, pago y… pasando al fondo que hay lugar.