Llego a Bariloche. Espero el bondi 72. Estoy quinto. Tarda una hora en aparecer. Cuando llega la montonera se caga en la fila. No voy a ponerme a discutir. Subo casi último. Compruebo con sorpresa que Martínez Estrada tenía razón cuando escribía en Radiografía de la pampa que la inmensidad volvía salvajes a los hombres porque los que me zarpan el lugar son unos noruegos que en Noruega son hiper civilizados pero acá se comportan como cualquier infradotado del conurbano. El bondi, como no podía ser de otra manera, va hasta las pelotas o no tanto pero el quilombo de bolsos hace que no entre un alfiler. Quedo justo junto a una nena que no para nunca de hablar. Nunca pone punto a parte a su discurso. Habla y habla sin pausas y no por eso sin aflojarle a la prisa.