Los veranos son una cagada. Siempre la paso mal. Desde chico. Como siempre fui un antisocial o como se dice ahora, un pibe con dificultades para entablar vínculos, mis únicos contactos con el resto de la humanidad se basaban en la obligatoriedad de compartir 4 o 5 horas diarias con mis compañeros de escuela. Entonces, en las vacaciones de verano, cuando ellos ya no tenían por qué soportarme, no veía a nadie. Leía como un enajenado bajo el calor impiadoso de un sol desatado.
Como soy del conurbano profundo tengo aire acondicionado desde no hace muchos años y soy un privilegiado. Pero en mi adolescencia era un ventilador para toda la familia…y si había electricidad, porque las empresas proveedoras tienen el don de ser hijas de putas desde siempre y no solo desde ahora.
En el verano, también, me dejaban mis novias y mis amantes, porque, claro, el verano llama a la joda, al exceso, al aire libre y yo era un santurrón snob medio pelo y casi sin amigos cuya charla no se caracterizaba por lo entretenida.
Roxana me dejó en enero. Por teléfono. Un amor. Era la belleza encarnada. Tenía 14 o 15 años. Yo 16. La pasé como el orto. La lectura sistemática de Sartre, Camus, Sábato y Nietzsche claramente no ayudaba. Ese cóctel inició mi proceso de secularización. Ese verano dejé de creer en Dios. Me sobraban argumentos. Había perdido el paraíso de unos labios rosas y mis ídolos me decían que la existencia humana carecía por completo de sentido. Así salí, pobrecito, resentido y derrotista.
También en verano, o en sus postrimerías, otras chicas me dieron el olivo más o menos por las mismas razones por las cuales, en época de mujeres en bikini, ropas ligeras y pieles de verano, vuestro servidor debió en más de una ocasión, sofocar sus calores de formas más o menos autogestionadas. No sé si la elipsis es más o menos clara pero qué va, se entiende.
Como siempre fui pobre por lo general no me iba de vacaciones así que otras chicas aprovecharon ese momento para poner en un impasse nuestra relación y por lo general no retomarla porque no hay mejor excusa que el tiempo y la distancia para despachar a un punto. Y cuando empecé a laburar se me pegó aun más la forma de pensar como pobre, entonces la cosa no cambió, pues me daba no se qué gastarme la guita ahorrada en viajes cuando podría tener una reserva en caso de que alguien se enfermara o se muriera o eventualidades semejantes. Así que ahí también, nada de ir a París a sorprender a nadie. Nada de garpar un fin de semana en Punta del Este para flashear que uno es un potentado mientras le sacá lustre a la pistola. No es que fuera pijotero. Más bien pancho y precavido, algo que al parecer a las veinteañeras nunca les dio curiosidad.
Claro, en verano, por lo general, la monada no está, se va. No hay mucho para hacer. Más si vivís en una zona donde el mismo Lucifer se lo piensa dos veces si tiene que caminar solo y sin un chumbo en el pantalón. Y viajar cuatro horas a capital para garpar un cine a precio dólar, bueno, no es que fuera una opción. En otras épocas estaba el cine Cosmos, que pasaba todos los viernes El acorazado Potemkin y era barato. No es que fuera un gancho muy atractivo para las chicas y los eventuales amigos que consiguiera en ese momento.
Así que la vida cool de verano a mí siempre me pasó por un costado. Eso de que las chicas, hoy más bien señoritas con canas, me den el olivo -si pasa- bueno, ya más o menos me la banco con entereza porque el cuero viejo es más grueso y no se cuece en un hervor.
Lo del calor es más zafable porque laburo en una oficina del estado ayudando a envenenar gente pero con aire acondicionado. Porque uno puede ser cómplice de genocidio pero con aire la cosa cambia. Y la verdad, que me obliguen a quedarme hasta las 9 de la noche para poder llegar a fin de mes no me jode tanto porque como sigo igual de antisocial y mis amigos están casados, con hijos, o viven lejos, o se fueron a pasear por el mundo y no tengo un carajo que hacer me la banco porque puedo leer con el aire en 19 grados ya que total pagan los contribuyentes y que se jodan por votar a un boludo.
Ahora bien, puedo fumarme toda mi historia neurótica sin decir ni pio. Puedo fumarme el calor, puedo fumarme que justo en verano las flacas se den cuenta que soy un pelotudo a pilas, puedo fumarme que me corten la luz a 45 grados a la sombra, puedo fumarme no poder irme de vacaciones ni a José C. Paz, puedo fumarme la inexistencia de un dios al cual culpar por mis desgracias, puedo fumarme mujeres semidesnudas ponerme sus tetas sudorosas en las cara en el subte apretujado de gente; puedo fumarme todo eso, ¿Ok? Lo que no puedo fumarme es que me pongas en tu celular una cumbia de mierda a todo lo que da, hijo de puta, porque es horrible, porque suena como el culo, porque tenés un olor a vino repugnante y no le pones una sola S a las palabras que usás cuando hablás a los gritos y le exigís al chofer, cual emperador del universo, que te deje en una parada que flashaste que es ahí donde no hay ni la hubo nunca. A vos, excremento social, no tengo ganas de fumarte. Hoy no. Este verano, no. Nunca.