Una compañera de trabajo entra en la oficina para despedirse. Cuando se está por ir, por alguna razón nos ponemos a divagar sobre el sentido de la existencia. Ella dice que los que lo tienen se mienten, que no lo hay, que lo que tienen es un sentido autoimpuesto. Está a un paso de decir que el sentido de la existencia es un constructo pero como es una científica especializada en áreas recontra duras no lo hace porque mientras 2+2 sea 4 supongo que para ella el universo sigue funcionando. Acuerdo con eso del constructo pero no puedo evitar sentir una profunda envidia por los que se mienten de tal manera que ven verdad e iluminación allí donde a mi juicio no hay sino vacío, niebla, incertidumbre.
Hace muchos años, a mediados de los noventa, había un programa en la primera tarde de canal 13 que se llamaba 360 todo para ver. Lo conducía Julián Weich. Lo invitan a Charly García. Un Charly ya bastante desmejorado. El conductor le pregunta, haciéndose el profundo, cuál era el sentido de la vida. Charly le responde, textual “Menta, dos hielos y agua”. Y lo repite. Y no deja de repetirlo hasta que la producción le trae una botella de licor de menta, hielo y agua. Van al corte. Vuelven. Charly ya está en pedo.
Como en esa época no me gustaba su etapa solista y yo era un snob de mierda pensé que no eran sino los divagues de un rockstar viejo y drogadicto. Como escuchaba Silvio Rodriguez creía que el sentido era la Revolución, y como venía de la teología de la liberación, que el sentido de la existencia era servir a los demás. Un pelotudo atómico.
Cuando Ayelén, mi compañera, habló de sentido y existencia, lo primero en lo que pensé fue en Charly, que aun en su etapas más terribles nunca dejó de tocar la verdad con la punta de la lengua. Menta, dos hielos y agua. Si nuestras esperanzas fueran para ese lado el pozo del llanto se secaría; pero no, seguimos escuchando a Tiny en los 40 principales.