Me tomé dos cervezas con uno de los colaboradores de Andén, el periódico con el que aspiro a la inmortalidad. El pibe vive en Japón y está de visita así que valía la pena el esfuerzo de caminar dos cuadras. Cuando salimos sufro una iluminación recurrente: La edad hace estragos. Estoy herido en mi sobriedad, es decir, estoy bastante en pedo. Dato: Tengo que preguntarle a uno que pasa para qué lado está Constitución. -Para allá- me dice. Y encaro. Es un acto de fe. Podría haberme indicado cualquier punto geográfico y no lo hubiese notado.
Mientras camino me cruzo con el Michi. El Michi es un cafiolo de la estación. Habla con todas las trabajadoras sexuales de Consti. Con las mujeres y con las trans. Habla con la policía y con los kiosqueros formoseños que se hacen pasar por paraguayos. Habla con los de seguridad del Fravega y de la saladita, ese paseo de compras de dudosa honradez. Habla con la gente de la cola del bondi y con los que fuman paco. El Michi, por si no quedó claro, habla. Es su negocio. Es un relacionista público nato. Mide, fácil, dos metros. Es gordísimo. Es morocho. Tiene dos celulares y usa una campera deportiva de racing club. Todos le dicen así. Si uno se para en la entrada de la estación y le pregunta a los del puesto de diario que venden porno y revistas viejas dónde encontrarlo sin mediar palabra levantan el brazo y apuntan.
El Michi siempre habla fuerte y gesticula. Una sola vez lo vi hablarle bajito a una de las chicas que paran en la esquina. La piba, ya entrada en años para el negocio, lagrimeaba sin aspamentos. El Michi no la tocaba. La miraba fijo. En la esquina dos canas de la policía de la ciudad se hacían los boludos. Salvo esa vez el tipo es la representación de la dicha. Siempre con una sonrisa, siempre con un abrazo. Da la impresión de ser amigo del vendedor ambulante oficial del 96, un vejete bajito y pelado que a todos los llama “pipi”. “pipi, abrime”, “pipi, me bajo”, “pipi, la cerveza fría sale $40”.
El Michi camina tranqui, parsimonioso. En un momento se para a mandar un mensaje, a twitear, a vender un cargamento de armas a una facción del ISIS, vaya uno a saber. Cuando lo paso me mira. Mueve la cabeza como saludando, con cara de estar ante un rostro conocido. Me pregunta “¿Rica la birra?” Le contesto que sí y apuro el paso. -“Mierda -me digo- me junan en los bajos fondos”.