Juan de Garay, mano a Constitución. Viernes 20:00. Más o menos fresco. Por el camino me crucé con varios barsuchos. Algunos cool, algunos chic y algunos francamente de borrachos. Todos con su clientela en la puerta, haciendo esquina, tratando de perder la sobriedad o tratando de encontrarla, suele depender de la hora.
En uno que tiene afuera mesitas y macetas con pasto hay sentado un grupito de chicos con pinta de haber salido de cursar de la universidad del cine. Tienen la típica facha de intelectuales snob que solo ven cine de Claude Chabrol, Bruce La Bruce y Abbas Kiarostami. Hay uno entre ellos que está reloco y le escucho los gritos desde hace una cuadra. Grita que no necesita pagar, que tiene putitas en Italia, en Puerto Vallarta y Punta del Este. Unas chicas que están en el grupo se le cagan de risa. Una le dice que no se haga el pito loco que con ella no se le paró. El pibe, mancillada su hombría de bien, quiere bajarse los lienzos. Los pibes que tiene al lado, más sobrios, lo detienen y lo llevan a la esquina.
Sigo caminando.
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Pontevedra Town, el pueblo en el que pasé parte de mí juventud, olía al perfume que despedían los tilos. Era su aroma característico. Se dice por ahí que cada lugar tiene el suyo. Supongo que debe ser cierto porque San Telmo huele a porro y solo a porro. Del Mercado del Progreso sale olor a porro. Del destacamento del ejército que está en Garay y Paseo Colón sale olor a porro y sale olor a porro, también, de la iglesia ortodoxa rusa que tiene desde hace un mes un móvil de la SIDE estacionado en la esquina por miedo a que una noche salga el cura y se anexe el parque Lezama con la excusa de liberarla de feminazis y troskomapuches.
Camino unas cuadras y de un supermercado chino sale un tipo igualito a Juan Minujin, el actor, solo que éste tiene barba. Barba y pantuflas de perrito. Si, de esas con peluche, orejas y ojitos que se mueven al compás del caminar. No desentona con el look general porque, de hecho, el tipo está en pijama. Lo único que desentona es una camperita de gimnasia de Deportivo Barracas. En una mano lleva dos bolsas, en la otra un celular y un porro que prende apenas sale del negocio. Parece que continúa con una charla de larga de duración porque lo escucho decir
-Me dejaste, te fuiste con otro, te casaste, pasaron 5 años, volviste con un pibe, con un ex marido que nos hace quilombos todas las semanas, sin un mango, sin laburo y debiendo guita. Encima, vos misma lo decís, tenés 30 kilos de más. No me podés romper las bolas si una ex me escribe por mí cumpleaños. Es más, merezco echarme un polvo por ahí cada tanto pero no lo hago.
De pronto, deja de caminar y mira al teléfono como no entendiendo, como pidiéndole una explicación. Le deben haber cortado. En medio segundo le pasó por al lado y lo pierdo de vista. Me daría vuelta a decirle que me parece que tiene razón, pero resulta que no hablo con extraños.
Sigo caminando.
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Constitución. Llego a la parada. No quedo todo lo adelante que me gustaría, pero sé que salvo que caiga un contingente de discapacitados seguro viajo sentado. A los tres minutos llega un tren, escucho la bocina. En lo que me lleva prenderme un pucho caen 300 personas. La cola da vuelta a la esquina. El olor a porro, ahora sí, se vuelve insoportable. No soy un careta, ni un moralista. Si estoy en una fiesta y me convidan le entro, pero esto es demasiado. Cuento 10 personas con su fogarata verdialegre perfumando al mundo. No vienen juntas. están desperdigadas en distintos lugares de la fila. No sabría decir si más allá no habrá otros en la misma historia. La mezcla de variedades y calidad deja sobre la fila una neblina gris azulada, espesa, que no se va.
Una flaca empieza a toser de modo preocupante pero no es por el asco o la falta de costumbre sino que le pegó feo, es una de las que prendió. Alguien le acerca una botella con agua, pero no la acepta.
Pasan 40 minutos y nada. Ni un solo bondi. El humo, además, me parece que colocó a varios porque la cosa se está poniendo áspera. La monada paciente quiere volver a su casa y hace una hora que no aparece un solo colectivo a ningún lugar. Aparece un patrullero. Sin bajarse, el milico que va del lado del acompañante saca un linterna y alumbra directo al humo. Le grita a la fila
– ¡Media pila y tranquilos, eh, que vengo y me llevo a “les drogades”!- Se ríe de su ocurrencia.
Vuela una lata de cerveza Brahma que da sobre el techo del patrullero y nos empapa a los que estamos cerca.
Uno del fondo con voz de colocado grita
-Hacé que venga el bondi, gato, porque te rompemo’ todo.
La monada acompaña y empieza a gritar y a pegarle a la persiana del paseo de compras. Al patrullero le caen cajas vacías de alfajores, botellas plásticas, colillas de cigarrillos y barbijos usados hechos pelotita.
El patrullero arranca y se va. No vuelve.