Como si fueramos todos clasemedieros con auto nuevo que quieren llegar a Mar del Plata en 2 horas pisteando por la banquina vivimos en un mundo que cuando pisa el acelerador no le importa si llega a destino o se la pone contra un puente. No es para menos si nos bombardean a diario con esa positividad tóxica, venenosa, irrealizable y siome en donde hay que darle para adelante pase lo que pase, caiga quien caiga, no sea cosa que un influencer libertario en la cresta de la ola te trate de loser, planero y de voluntad pijotera.
Algo de eso debe estar pasándole al tipo que tengo sentado a menos de 15 cm porque, en un gesto que desbloquea un nuevo nivel de delirio colectivo, saca un papelito de la campera y se da un nariguetazo de cocaína delante de todos sin la menor discreción. Debemos ser una decena los que tenemos el show en primera fila y nadie dice nada. Con algo hay que aguantar, dicen. Uno le comenta a otro que qué envidia, que cómo le gustaría tener guita para comprarse él unos venenos parecidos. El otro le aconseja paciencia, que las cosas ya se van a acomodar y van a poder volver a tomar de la rica y no esa bosta cortada con uvasal que les venden en la villa.
Recién subimos y antes de que arranque el bondi el durito se baja 2 papelitos más en una movida que supongo debe costar todo un aguinaldo según me contó el amigo de un amigo. De hecho, me caen unas miguitas sobre el pantalón oscuro que miro con cariño, pero si la última vez que me tomé una cerveza dormí una semana menos me voy a aguantar el efecto de esa podredumbre, menos que menos por la mañana con medio café tibio en el garguero. Auguro un viaje complicado por eso me santiguo con la imaginación pidiéndole a la virgencita que el moncho no se la agarre conmigo, no me vomite los zapatos ni se las dé de seductor con una quinceañera semidesnuda a 5 grados que va con sus amiguitos al centro a ver una peli por las vacaciones de invierno. La virgencita cumple. El tipo babea el resto del viaje mirando la ventanilla sin notar que se le congela el hilo de saliva que le cuelga de la comisura de los labios. Tampoco nota que la nenita y sus compinches se la pasan diciendo barbaridades de contenido sexual casi casi invitándonos a todos a participar cosa que -afortunadamente- nadie mayor de edad hace. Termina bien. Llegamos sin incidentes. Eso sí, al durito hay que ayudarlo a bajar. Lo dejamos sentadito en las escalinatas de la estación Constitución. Una señora tiene el buen gesto de acomodarle la bufanda para que no tome frío.
Recoleta, mismo día, más tarde. Rumbo a la estación de subte. Un viejo muy muy viejo tiene dificultades para cruzar la calle y del centenar de personas que hay circulando ni uno solo le tira una soga; era de esperarse, el 70% de los que viven en el barrio votaron por el sálvese quien pueda. El viejo está pitucamente vestido, como un petitero venido a menos, sin estridencias; tiene bastón, gabán y hasta un sombrero de esos que todavía se venden en las sastrerías alrededor del parque Vicente López y Planes. Le ofrezco una mano para cruzar. Acepta. Se disculpa de antemano y me manguea una ayudita para bajar al subte. Le digo que no hay problema que voy también para ahí. Se siente en la obligación de darme charla así que mientras esperamos el subte rumbo al sur nos sentamos en uno de los banquitos del andén y me cuenta que se va a visitar a unos amigos del partido para conversar sobre el rumbo de la patria. Dice que milita desde siempre en la UCD, que soy muy chico y seguro no me acuerdo del Capitán Álvaro Alsogaray, un hombre probo y honorable que siempre peleó por la libertad, un liberal en serio, no como los de ahora que se visten de mujeres y salen con prostitutas disfrazadas. Le agradezco que me confunda con un joven y, en tono solemne, me contesta
-Llegué a una edad en la que cualquiera es más joven que yo.
Lo mismo pasa con sus ideas, pienso sin decirlo, cualquiera es más moderna. Le pregunto que qué opina de Milei. Dice que lo votó sin esperanzas y que aun así se siente decepcionado, que si no metió presa a la chorra es porque no tiene lo que tienen que tener los hombres por más que se suba a tanquetas y haga desfiles militares. Evita decir malas palabras. Le contesto que Milei y los que lo votaron se llaman a sí mismos liberales, como imagino que también lo era Alsogaray o Macri o López Murphy. Medio que se enerva, medio que se le atoran las palabras en la garganta, se incomoda, da pequeños saltitos en el banco ayudándose con el bastón. Levanta la mano, y apuntando con el dedo índice al cielo me dice
-No les da el piné, caballero, esos no tienen esmowing.
Elijo quedarme con la duda de lo que quiso decir. La verdad a veces puede ser peor que la ignorancia.