Subte d. Estamos parados bajo la 9 de julio por un desperfecto técnico impreciso y fantasmal. Media hora asándose con la hinchada de River que toma fernet y canta a los gritos. La formación no avanza ni retrocede. Los cánticos en la boca de los 7 borrachos del vagón en el que viajo se van volviendo pastosos, confusos. Sin embargo insisten con un catalogo que abarca, sin repetir y sin soplar, veinte minutos largos.
Luego, como si fuesen parte de un móvil perpetuo, vuelven a empezar en el mismo orden. Le chingan a la sincronía y a la afinación pero en el camión todos los melones se acomodan. Los temas o ideas fuerzas sobre los que versan pueden catalogarse en 3 grandes grupos: 1-Drogas, alcohol y diversas sustancias psicotrópicas en su mayoría prohibidas por la ley penal federal. 2- boca puto, cagón, amigo de la yuta y/o cualquier eufemismo tendiente a poner en cuestión la honra, la heterosexualidad y el valor de cualquier simpatizante de dicho club y otros equipos sin especificar. 3- Aguante, acompañamiento y agradecimiento en toda experiencia vivencial, sobre todo las difíciles.
Las piezas sonoras están constituidas por 3 etapas llevadas adelante por distintos miembros del grupo que cumplen roles específicos y que no parecen variar en el transcurso del ritual sin fin. En la primera etapa uno de los miembros menos alcoholizados saca de su memoria la melodía y el tema principal, iniciando el canto dubitativamente y a capela hasta cobrar confianza. En un segundo momento el más beodo del grupo comienza a pegar al techo de la unidad y a saltar dejando caer todo su peso contra el piso al grito de “canten, putos, los de boca son maricas”. En la etapa final, el resto del grupo inicia a un unísono de dudosa precisión un corear mancomunado que engloba a todos los participantes. Una danza espasmódica y posesa completa el cuadro.
Las damas más sobrias y elegantes del pasaje comentan lo pintoresca de la situación pero evitan quedar en las orillas del grupo. A medida que la cosa se va poniendo violenta ya no sonríen. Algunas eligen bajarse.
El subte arranca. En la estación Agüero se detiene definitivamente y una voz por los altoparlantes indica que la formación volverá a Catedral, que los que quieran continuar deben cruzar al andén de enfrente. La gente putea. Hordas de hinchas que pueblan otros vagones gritan como si su dios no fuera a resucitar por culpa del retraso. Unos extranjeros con remeras de equipos de fútbol se miran perdidos. Un alemán me pregunta qué pasa en un castellano carente de adverbios y tiempos verbales. Le contesto en algo semejante al lenguaje de señas que no va más, que siga a la multitud, que esconda el celular y que cuide el culo. No me entiende. Le pregunta a un trajeado más blanco que yo. El trajeado, en un impecable inglés de Oxford, le dice lo mismo pero omite lo del celular y lo del culo.
Pelotudo -pienso- con la hinchada de Lafe no dura virgen dos paradas.