Lima y Brasil, Constitución. Exactamente en la esquina de la estación. Hay un puesto de diarios que sólo vende piratería, porno para pobres y diarios del Paraguay. Está abierto las 24 hs. Los 365 días del año. En frente tiene un local de venta de zapatillas, un Solo deportes o alguna franquicia semejante. Hay unas rejas sobre el cordón de la vereda colocadas para que los transeúntes crucen por un paso de cebra despintado. Nadie le da pelota.
Al pasar por ahí un tipo me chista:
-Che, pibe, te interesan las zapatillas?- Me mira a los pies y luego a los ojos como si se entendiera plenamente lo que me pregunta.
No le doy cabida y sigo caminando. Pero, un segundo. ¿Qué sentido tenía lo que me dijo? Me doy vuelta y veo cómo le chista a otro que pasa. Le miro la remera buscando alguna
insignia de la casa de calzados. Nada.
Tipo común y corriente, remera, jean, sin cara de estar muy zarpado. Su tono no era ni amable ni agresivo. No tenía olor a vino ni a porro. Neutro.
¿Me ofrecía sus zapatillas? Tenía puestas unas adidas azules que no puedo pagar ni con 5 aguinaldos y nadie que me conozca se animaría a decir que tengo el aspecto de persona pudiente.
¿En alguna jerga que desconozco me ofrecía drogas? ¿Sexo gerenciado? ¿Intentaba conmigo un engaña pichanga novedoso?
La curiosidad casi me obliga a desandar media cuadra y volver en busca de precisiones pero tengo demasiada cara de boludo como para salir airoso. Me pierdo entre el gentío.
Quizás tenía razón una amiga francesa cuando me decía que estoy perdiendo mi “mojo” callejero. Una forma elegante y digresiva de decir que ya no estoy tan pillo como antes; en pocas palabras, que me estoy poniendo viejo.