Una tercera entrega de la vida de dos personajes a los que hemos seguido por casi veinte años. Richard Linklater entrega lo que ya sospechábamos cuando se anunció su filmación: la historia de Jesse y Celine juntos luego de decidirse a consumar un amor como mandan los dioses del romanticismo burgués pero esta vez quebrando los parámetros de la tortuosidad trágica para mostrar los pliegues y el desgaste de la vida cotidiana.
Son una pareja que araña los 40, tienen dos hijas, hacen un viaje y le muestran al espectador una extensa charla de pareja. ¿Para qué? ¿Por qué inmiscuirnos una vez más en la vida de dos personas y ser testigos de sus reflexiones en un punto determinante de sus vidas? ¿Por qué someternos nuevamente a un reality show que nos cuenta lo que más o menos sabemos que va a pasar? Seguramente no harán ni se dirán nada que no se diga un matrimonio de clase media que cuando tiene dudas sobre su relación se pasan un fin de semana en Colonia o alguna playa sin mujeres en malla que el tipo pueda mirar.
Linklater no se caracteriza por ser un poeta visual. Sí por ser un director correcto que sabe contar historias. Haber dirigido Escuela de Rock ya le vale un lugar dentro de cualquier ranking. Pero volver sobre una historia que ya fue contada parecería no tener ningún valor adicional por bellos que sean los planos. De hecho, su descripción de Jesse y Celine no se sale de los parámetros de héroe aristotélico reformulado bajo los criterios de la intelectualidad progresista: escritor afamado viviendo su autoexilio europeo (Hemingway – Scott Fitzgerald) y afamada activista social de ONG preocupada por el calentamiento global-los pobres del mundo – el encarcelamiento de Mandela – la matanza de ballenas y la extinción del pájaro dodo (Naomi Klein, Yoani Sánchez).
Dziga Vertov decía que el cine son 300 butacas que llenar y mantener ocupadas. ¿Pretenden que paguemos la entrada para ver lo que ya nos pasa o lo que nos ocurrirá de un momento a otro si decidimos dejar la falopa y formar una familia con hipoteca y seguro del auto incluido en el combo?
Una pareja está repleta de dudas, se constituye de dudas, cuando no hay dudas y solo seguridades la pareja se muere porque todo lo seguro es pariente de la única seguridad posible: la inminencia de la muerte. Por eso no hay nada más descorazonador que esas charlas meta reflexivas en las que se hace un estado de la cuestión del amor y la convivencia y la pareja para terminar ofendidos uno con otro o dándole a la matraca. Cuando se escucha “¿tomamos un café?” uno no se sienta sólo con su pareja, con ella vienen Linklater, Ethan Hawk y Julie Delpy a prescribirnos el correcto deambular por el mundo de una historia de amor. Y entre cada escena pasan 10 años, y ellos envejecen dignamente y uno tiene que usar un clavo para agregarle al cinturón un nuevo agujerito cerca de la punta.
No señoras y señores. No. Basta de concebir un imaginario neurótico que dice calcar la realidad y sólo la mejora para aquellos que pueden pagar por distraerse con el cine arte. Tal vez sea una película hermosa con la cual llorar. Seguramente lo sea. Pero no es más que cine iraní hecho en occidente.
A mí denme zombies, para reflexionar sobre el amor le pago a mi psicoanalista.
Me cierran el bar. Chauchas■