El chofer. Vulgarmente mentado como “colectivero de mierda”. Desconozco si siempre han sido así, profesionales de la infamia. Probablemente no, quizás se adaptaron a los tiempos que corren, quizás la evolución los llevó a emerger a la vida directamente desde un ano, no se, imagino que no el de dios. Hay sobradas muestras de que fue reciente o que es una mutación contextual. Como los pinzones de ciertas islas del caribe que de ismo en ismo cambian la forma y la función de su pico, el chofer del 12 es distinto que el del 382. Cierto es que su público es otro. Pero no tiene justificación alguna ese rencor frente a todo lo que vive y no tiene tetas.

Me quedo dormido. Salgo corriendo. Llego a la parada. Está ahí, frente a mí, el colectivo que tengo que tomar. Viene humanamente abordable, al menos para los estándares del conurbano. El chofer me ve correr. Lo veo mirarme. Llego, llego, llego. Me cierra la puerta en la cara. No arranca de inmediato. Se queda mirándome. No se sonríe. No hace nada. No me grita un “te hubieras levantado antes”. No, solo me mira a través del vidrio. Gira la cabeza, presiona algunos mecanismos. Arranca. Lo veo irse. No sale arando. Va con parsimonia, como a sabiendas de que el tiempo le sobra .

Las abuelas dicen que no es de nenes buenos desearle cosas feas a la gente. Que las abuelas se vayan a lavar el culo.