Puerto Madero. Bar cheto de esos que dan al dique. Entré a tomar un café, pero no había. Con la excusa del dólar me ensartaron un Campari con descuento. Sale 3 veces más que el café y se nota que lo hicieron de mala gana. La moza tiene el barbijo colgando de una oreja. Lo usa así porque sabe que con su cara de modelo europea te convence hasta de votar a Espert. Afuera hacen 10 grados pero ella está con una remerita que le deja el pupo al aire y dice Curazao en letras de neón. En un discreto reboleo de ojos le noto los pezones en punta y la piel de gallina. Da saltos, se mueve rápido de mesa en mesa y hace bailecitos al son de la música caribeña que suena de fondo. El barman está igual. Vestido como si estuviésemos en Puerto Vallarta el tipo se frota los brazos tratando de aflojar el frío. Tiene gafas oscuras, camisa floreada, pelo en pecho con cadenas doradas que le cuelgan y una larga colita rastafari que le llega a la cintura. Supongo que los obligan a estar sin abrigo para estar en consonancia con el look centroamericano del lugar. Igual, se lo merecen, porque en la carta hay un trago que lleva café. ¿Así que hay café para ponerse en pedo gastando una fortuna pero no café para tomarse un cortado? Ojalá les de la viruela del mono por especuladores del orto.
Al costado de mí mesita hay otra con una piba. Tendrá la edad de la moza, unos 25. Lleva ropa de oficina pero hay algo de planificada producción en la forma en que la lleva. Son bien pasadas las 7 de la tarde y ella como recién arrancando. Tiene un teléfono de los caros y no para de mandar y recibir mensajes.
La fachada del local está vidriada. El cielo naranja se cuela detrás de los edificios. A un par de cuadras se ve el mástil del puente de la mujer.
Aparece un tipo frente al bar. Un pibe. No entra. Se queda apoyado frente a las rejas tubulares que separan la vereda del dique. Mira la hora en uno de esos relojes inteligentes que te cuentan las calorías, te miden la glucosa y te avisan cuando te va a dar cáncer.
La piba de al lado deja de escribir y manda un audio.
-Boluda, ahí llegó, es divino.
Parece que le responden pero en texto. Ella sigue
-¿Qué hago, boluda? Vine con otra ropa para que no me reconozca por si no me gustaba pero está buenísimo. ¿Qué le digo?
Le responden. La piba escribe. 20 segundos después el pibe entra. Busca con la mirada. Ubica a la piba. Se acerca. Ella se levanta, se arregla el pelo y la pollera. Se saludan. Se sientan.
La cosa es que se conocen de Tinder, Hapnn, Bumble o alguna de esas apps de levante. El pibe le dice con una sonrisa rompe hielo que tiene puesta otra ropa, que seguro que era para pasar desapercibida si no le gustaba. Ella le dice qué cómo va a decir eso
-¿Tan chota pensás que puedo ser? -Agrega. Los dos ríen.
Al rato, luego de los prolegómenos del tiempo, la hora y la pilcha ella pregunta
-¿Me explicás otra vez de qué trabajas?
-Soy farmer.
Paro la oreja más que antes.
-No te entiendo. ¿Farmer de granjero? ¿Con jueguitos?
-Algo parecido. A ver, si googleas chino farmer lo vas a encontrar.
Lo que escucho es oro en polvo. El pibe le explica que vive de jugar a los videojuegos. La cosa es así: Hay juegos de PC, de celular o de plataformas tipo play o xbox en la que los personajes van evolucionando, adquiriendo habilidades u objetos que le sirven para subir de nivel. Eso lleva mucho tiempo de juego. Entonces, aunque parezca increíble, hay jugadores que le pagan a otros para que jueguen hasta determinado punto de esa evolución y luego les pasen el personaje. Hay gente que tiene criaderos clandestinos de perros. Otros tienen criaderos de marihuana y otros crían personajes de videojuegos. Les dicen chino farmer porque hace unos años, cuando el negocio comenzó a cobrar cierto volumen, se descubrió que una cárcel en China obligaba a sus presos a jugar durante días, sin descanso, para luego vender los personajes y quedarse con la biyuya.
A mí sensibilidad cuarentona criada a fuerza de Supermario y Tetris lo que el pibe dice le parece una vergüenza, un chamullo o una estafa, pero la gente mata el hambre como puede. Siempre con el sudor de la frente, como dijo diosito que no tiene un solo aporte en blanco.
La piba pregunta interesada que cómo es el trabajo, los detalles. El pibe le dice que no tiene horarios fijos, que todo depende del juego por el que le paguen, que hay más fáciles y más complicados. Que antes era más rápido porque había unos bots que hacían el laburo pero después los empezaron a bannear. Traducido: parece que había un programa de computadora que hacía eso automáticamente pero cuando los servidores de juegos online se dieron cuenta comenzaron a expulsar a los jugadores que hacían esa trampa. Así que el pibe se levanta a la mañana y juega hasta llegar a determinado nivel. Avisa. Le pagan y que pase el que sigue. A veces, cuando tiene mucho laburo está noches y días sin dormir.
La piba le pregunta sin empacho si se gana bien y el flaco le contesta que sí, que es en dólares, que de eso viven él y el hermano, que está casado y tiene dos nenes chiquitos. La cuñada también labura con ellos. Habla alemán y un poco de ruso y les hace el contacto con esa zona pero ahora la cosa por esos lados está paradísima. Le cuenta que hace años que lo hace, desde el 2013/14 cuando todavía era un adolescente. Al principio era como un juego, después pasó a ser el sueño del pibe y con el tiempo se convirtió en un laburo hecho y derecho, de esos al que varias veces a la semana puteás por tener que hacerlo. Nunca habían facturado tanto como cuando arrancó la pandemia, le cuenta. Habían pensado que como la gente iba a tener más tiempo entonces ellos se iban a quedar sin laburo pero resultó que la gente aun estando al garete ya quería jugar con todo cocinado, así que ellos, firmes. También habían pensado que con la malaria iban a tener mucha competencia y la tuvieron al punto de tener que restringir gastos, pero fue una temporada.
-Esto es muy esclavo. Hace falta mucho sacrificio. Si no sos serio no aguantás y en este negocio el prestigio es todo, dice. La piba le hace el chiste de “nunca un libro, ¿No?”. Creo que el flaco sintió el puntazo porque se defiende argumentando que para hacer lo que hace tiene que estar documentado, leer, estudiar, practicar.
-Soy como un pianista o un cirujano- afirma serio mientras le muestra las dos manos abiertas- no las uso para nada riesgoso. Con esto vivo. Cada tanto se me hinchan las muñecas del esfuerzo entonces las tengo que sumergir en un balde con sal marina.
La flaca es de otro palo. Es agente de grandes cuentas en Telefónica. Vamos, una administrativa más o menos acomodada que negocia mucha guita pero a fin de mes se lleva chaucha y palitos. Dice que no cobra lo suficiente pero se esfuerza por construir una imagen elegante de su laburo, como para despejar la idea de pobreza y resignación que nos sobrevuela a todos los que trabajamos detrás de un escritorio metiendo números en una planilla de cálculos. Cuenta que le alcanza para una vida de clase media, alquiler en Villa Urquiza, vacaciones en Brasil y la cuota en la UADE con la que la ayuda el padre.
Sobrevuela el tema de las criptomonedas pero el flaquito hace una pirueta retórica, como si le molestara, como si prefiriera no hablar de eso, como si se las hubiese metido en el orto. O por ahí no, por ahí también la vio y está forrado y no quiere levantar la perdiz por mucho que le guste la mina. Cambian de tema.
Hablan de las series que están viendo, de nuevos teléfonos celulares que salen al mercado, de videojuegos para chicas. Se preguntan sobre si están chongueando o si están buscando algo más serio. Él le dice que no, que está solari, solari. Ella le dice que tiene quien le atienda los mensajes pero que quiere alguien con quien ir de vacaciones porque todas las amigas, en verano, arman dos o tres álbumes de fotos: con las amigas, con la familia y con la pareja. Pero ella no, solo con las amigas porque obvio, con el chongo no se vacaciona y porque los padres están separados desde siempre y la única reunión familiar agradable que recuerda es cuando firmaron el divorcio. Se ríen.
Todo ocurre en un lapso de 40 minutos. Cuando pido la cuenta la moza viene con su bailecito moviendo el ombligo cual Shakira. Sospecho que lo hace para llevarse una propina. Pago. Le dejo $50 porque sí, soy un poco pajero. Mira los $50 y me devuelve desprecio en forma de sonrisita forzada. Miro a los pibitos. Necesitan urgente un hotel alojamiento.