En esta ocasión Andén entrevistó al joven Rabino Pablo Gabe, de la comunidad Amijai, en el Barrio de Belgrano, quien compartió con nosotros unos mates, su experiencia como guía espiritual y también accedió, amablemente, a exponer parte de la doctrina y la tradición judía con respecto a la muerte.
ANDÉN: ¿Cómo se prepara un judío practicante para la muerte?, ¿qué le pasa a él como individuo con ese tema?
Rabino Pablo Gabe: Para el judaísmo la muerte es parte de la vida. Como está en la biblia, el hombre del polvo sale y al polvo volverá. A partir de esa idea entendemos que el destino final al cual el ser humano va a acudir va a ser la muerte. De hecho, por eso el cuerpo se entierra y el alma vuelve hacia Dios. Pero la muerte es parte de la vida. Es el último eslabón, es la última etapa en donde, con la muerte de esa persona, se busca que la memoria, el recuerdo y el alma de la persona no muera también. Para el judaísmo, el alma vuelve hacia Dios. Dios crea al hombre de la siguiente manera según la tradición bíblica: saca el cuerpo de la tierra y le insufla un alma divina. El hombre es mezcla de cuerpo y alma en ese sentido. Ese es su nacimiento. En la muerte el cuerpo vuelve a la tierra y el alma a Dios, lo que nos lleva a las prácticas del duelo. Las personas que siguen vivas en este mundo; sus familiares cercanos, que son los padres, hermanos, cónyuges e hijos, son los que guardan ciertas prácticas de duelo para pedir que el alma de esa persona vuelva hacia Dios. Se siguen haciendo cosas en función de esa alma.
ANDÉN: ¿En qué consisten estas prácticas?
R.P.G: Son varios periodos. La primera semana de duelo es la primera semana que comienza después del entierro. En el judaísmo una persona muere y debe ser enterrada lo antes posible. El velatorio no es una práctica judía. Tengo entendido que se hace por una cuestión legal en la Argentina, pero se busca que dure lo menos posible. Durante esa semana, los familiares directos de los que hablábamos antes guardan duelo. Una semana en la que se juntan en la casa del fallecido, por lo general -si son muy observantes- o en la sinagoga, y llevan a cabo las 3 plegarias: al amanecer, al atardecer y a la noche. Reciben gente que los visita. Los deudos no trabajan, tratan de no hacer ningún tipo de actividad cotidiana. Por lo general, el hombre se deja la barba o no se afeita por esa semana o diez días (por los padres es un mes). Hay muchas tradiciones, pero la idea es que uno no se ocupa de los placeres propios, es una semana para estar pensando en el muerto. Es una semana haciendo oraciones y hablando de la persona fallecida. Es una práctica muy catalizadora del dolor, muy fuerte en donde, desde lo religioso, se busca que a través del estudio y la oración el alma vuelva hacia Dios y desde un punto de vista psicoanalítico es una forma de canalizar el dolor, de asumir que se murió. La muerte no puede pasarse por alto.
Las siguientes tres semanas vuelven a la vida cotidiana pero a lo mínimo indispensable, trabajar, estudiar. Se trata de que cada uno luego de volver del cementerio, luego de pasar una semana hablando del fallecido, tiene que salir a la realidad pero sin dejar de estar en un clima de duelo en forma paulatina. Cuando se cumple un mes del fallecimiento, algunas tradiciones judías permiten que se vaya al cementerio, que es la primera vez que podemos ir después del entierro, y después se hace una oración en todo momento que se pueda durante todo el año de duelo. Después del primer mes, la vida es algo más tranquila pero durante todo el año uno debe decir el kadish, la plegaria por el fallecimiento. Y después cada aniversario. Uno tiene permanentemente un ida y vuelta con la persona fallecida.
ANDÉN: ¿Por qué durante un mes no se puede ir al cementerio?
R.P.G: Es bastante interesante. Es una forma de decirte a vos que estás en duelo pero en la vida. Tu vida está ahí donde estés, no en el cementerio. Tu vida está en el trabajo, en el estudio, en un deporte, en tu familia, en tus responsabilidades. Tu vida no quedó en el cementerio. A nadie se lo obliga a no ir, se le sugiere. En los duelos se sugiere que… después, cada uno lo maneja como puede porque el duelo es así. Permitite procesar la muerte pero desde la vida, porque si no vas a seguir en el cementerio. Dejá la muerte ahí, porque el cuerpo se queda ahí; el alma, que es el recuerdo, lo que te enseñó, lo que dejó, no está en el cementerio, está volviendo a Dios si uno cree en eso. Por eso si uno quiere que esa alma vuelva a Dios, eso se lleva a cabo a través de la vida.
ANDÉN: ¿Qué pasa con el alma de aquel que fallece?
R.P.G: El camino del alma dura un año, pasaría como por un purgatorio. Al año de que la persona falleció vuelve a Dios. Y uno a través de actos de bien en este mundo hace méritos para que esa alma vuelva a dios. Eso es lo que le depara a un judío después de su muerte según la tradición.
ANDÉN: ¿Cuál es la simbología de estos rituales?
R.P.G: Yo no lo mencioné antes pero, en el momento del entierro, es tradición que cada familiar dé tres paladas al bajar el cajón. Estas paladas de tierra las pueden dar los familiares o quien quiera. ¿Por qué? Porque lo estás enterrando, es el acto. En el judaísmo el acto es importante. A través del acto uno adquiere conciencia. A través de que lo estás enterrando, con todo el dolor, puteando, llorando, sin entender lo que pasa, está representado el entierro, lo estás incorporando. En la semana posterior, con el habla y el llanto, se debe sacar todo lo que era el fallecido. Es curioso, pero yo he acompañado a mucha gente en esa situación y acaban valorando esa semana de duelo y de reflexión, hace bien. Permite volcar, desahogarse y asumirse en duelo.
ANDÉN: ¿El judaísmo es entonces una religión que posee mecanismos para asimilar situaciones límites?
R.P.G: Todo. El judaísmo es una religión que busca vivir a través de prácticas. Si bien hay una fe en Dios, el judaísmo promueve la práctica. Es una religión de preceptos, de actos. Abarca toda la vida del judío desde que nace hasta que muere, desde que se despierta hasta que se va a dormir. Todo está contemplado: los vínculos, la ética comercial… todo. Es un sistema de vida. Y con situaciones límites me refiero en el sentido de los cambios: la circuncisión, el Bar Mitzba (el paso de la niñez a la adultez), el casamiento como el paso a la vida adulta y la muerte. A través de rituales, el judaísmo acompaña al hombre y a la mujer en esos momentos. Y en la muerte, el más misterioso de los acontecimientos de la vida, más ritualismo y simbolismos hay. Es curioso, no deja nada librado al azar. Hasta la comida se te dice.
ANDÉN: Los rituales de duelo pueden ser cortados por alguna razón en particular.
R.P.G: En el Sabbat, en el descanso, se suspenden los rituales de duelo que son públicos, pero en forma privada siguen. Diferente es en la Pascua judía, en la Festividad de las Cabañas, en la entrega de la Torá, en el año nuevo o el Día del Perdón que son festividades puntuales una vez al año; si se está en periodo de duelo, se corta el duelo. La fiesta marca su final y no continúa, y se está obligado a hacer la cena festiva. Es muy fuerte.
ANDÉN: ¿Por qué razón es?
R.P.G: Desde lo legal está estipulado en las fuentes, una cuestión de importancia en las etapas. Desde lo antropológico, en mi opinión, en la época talmúdica era muy común que la gente muriera, era tan común que una forma de cortar con el duelo permanente era cortando.
ANDÉN: ¿Estas prácticas se cristalizan en la época talmúdica o ha ido variando?
R.P.G: Nada de esto está en el pentateuco, no hay casi nada. Todo esto es interpretación de los sabios de la tradición. Se forman en esa época, pero hoy lo que cumplimos los observantes es lo mismo que en esa época, con algunos matices, claro. Y sobre todo el duelo.
ANDÉN: ¿Doctrinalmente hay impedimentos para la cremación?
R.P.G: Sí, está prohibido totalmente. Cuando una persona se muere se le cumplen todos los deseos que había pedido salvo no ser enterrada. Porque eso depende del vivo. Incluso estaría permitido que se la entierre sin ningún tipo de ritual. Es aceptable porque se lo está enterrando, pero no la cremación. Porque debés volver a la tierra, lo dice la tierra, ni nicho ni bóveda.
ANDÉN: ¿En el caso del suicidio?
R.P.G: Es enterrado. El judaísmo prohíbe el suicidio pero tiene todo un apartado dedicado que hoy en día casi no se lleva a cabo. Pero antiguamente, el suicida era enterrado en un lugar distinto del cementerio y sin tantos honores rituales. Hoy casi no se lleva a cabo.
ANDÉN: ¿En el caso de que la persona fallecida no tenga familiares?
R.P.G: El nieto no observa duelo por su abuelo. Un caso extremo. No es un familiar directo. Pero sugiero que si se quiere hacer duelo está bien. En la época talmúdica no se llegaba a conocer a los abuelos. El duelo más doloroso era el de los padres porque había mucha mortalidad infantil. Era demasiado que tu familia directa hiciera duelo como para además agregarle a los nietos. Hay una idea que es “para que hacer duelo por tu abuelo si lo harás por tus padres”. ¿Para qué incrementar el dolor? Yo he tenido la experiencia de una persona sin nadie, enterrada por sus amigos católicos, y una familia judía de esta comunidad hace duelo por ella y reza la oración para que su alma vuelva a Dios.
ANDÉN: El pueblo judío tiene un vínculo muy fuerte con la muerte, de persecución y matanza. ¿Cómo se elabora comunitariamente eso para no correr el riesgo de pensar que ese es su destino?
R.P.G: Hay una práctica judía, en el casamiento, que es romper una copa. La copa se rompe para decir que en momentos de alegría como es un casamiento, que es la alegría de una familia, uno no olvida que el Templo fue destruido y se pasó por muchas tragedias. Aun en las mayores alegrías uno no olvida las tragedias del pueblo de Israel. Y al mismo tiempo decimos que dentro de toda tragedia hay que tener la esperanza de una alegría. O sea, no es ni todo blanco ni todo negro. Como una cuestión de práctica.
Al mismo tiempo, históricamente se cree que muchas tradiciones sobre el mundo mesiánico y el mundo porvenir nacen en épocas de persecución y de crisis en donde la fe de la gente tambaleaba. Se buscaba que la gente comprendiese que a través de la fe y de actos virtuosos le deparaba una vida mejor en un mundo porvenir. Se buscaba una esperanza en un contexto negativo. Hoy en día -yo tengo el deseo- no podemos seguir viviendo judaicamente en la tragedia permanente. Hay que dar una vuelta de tuerca más. En el día más triste para el judaísmo, que es en julio y se recuerda la destrucción del templo, la tradición dice que al día siguiente de ese día nacerá el mesías. Después, de la tragedia está la esperanza y la reconstrucción, que a pesar de la caída se puede dar el salto.
ANDÉN: En un orden más político. En tu opinión personal, la política llevada a cabo por la AMIA en los últimos años en relación al uso de los cementerios ¿es correcta? Es decir, la prohibición de enterrar a los conversos junto a los nacidos de vientre judío.
R.P.G: El problema no es la conversión. Uno elije una vida judía. A los ojos de los actuales referentes de la AMIA, las personas que elijen el judaísmo dentro de un marco no ortodoxo, no son judías. Entonces, no tienen derecho a ser enterrados en un cementerio judío. Ese es el mapa de situación. Mi opinión es que es un tema cien por ciento político porque lo que se está disputando es quién tiene derecho a decidir quién es judío y quién no lo es. Es un tema de filiación de carnet: si sos socio o no sos socio de este club te dejo o no entrar. Es un manejo político porque hay ofertas de hacer sectores en los cementerios para conversos e hijos de conversos. Pero si soy hijo de una mujer judía y me quiero enterrar ahí, no puedo. Es muy rara la situación.
Yo tengo una opinión muy tajante y no muy políticamente correcta o no muy agradable. Yo creo que no tiene sentido seguir peleando esa lucha. Vos me aceptás como el judío que soy; no me querés aceptar, no me aceptes. ¿Con qué cara formo parte de un tribunal rabínico que le dice a la persona bienvenida al pueblo de Israel, y estás en mi sinagoga, y para mi comunidad sos judío o judía plenamente como cualquier judío de nacimiento pero cuando se muere no lo puedo enterrar donde quiere? Toda su vida le dije judío. Es duro. Hagamos un cementerio conservador y rompamos con AMIA. Por ahí publicás esto y se arma un lío terrible, pero las distintas comunidades judías tienen sus propios cementerios. El problema con AMIA es que nuclea a todas las comunidades judías ortodoxas y no ortodoxas. Por ejemplo, con algunos puntos de esta entrevista los ortodoxos no coincidirían. Podrías llegar a decir que somos dos mundos distintos. El tema de AMIA es muy delicado y en el medio están falleciendo personas a las cuales hemos aceptado para todas las tradiciones y rituales pero al morir no podemos enterrarlas allí por un problema de coherencia, de sensibilidad espiritual.
A: Para vos como guía espiritual de una comunidad ¿cómo es tu vínculo con la muerte?
R.P.G: Desde mi posición conservadora, cosa con la que un rabino ortodoxo no coincidiría, yo y otros rabinos de mi ideología sostenemos que hay cosas que no se pueden explicar. Si pudieras responderlas serías Dios. Pero no sos Dios, sos un rabino, que es una persona que por definición sabe más que otros. No es una cuestión de estatus ni de estratificación social. El rabino es un judío más que sabe más y que se dedica a la enseñanza de las fuentes judías y de la tradición. No tiene poderes. El ortodoxo te va a decir que la muerte está predestinada, que es el fin de un proyecto y que donde esté va a estar mejor. A mí no me da para responderle a una persona así. Por ahí las fuentes lo dirán o por ahí no. A mí no me da para decirle a una persona que perdió un hijo “no, mirá, era su destino”. Yo me digo a mí mismo que hay cosas que no se pueden explicar, que escapan a la capacidad humana, que hay que aprender a vivir con eso y que hay que tratar de rescatar lo mejor de la persona que se fue, de todo lo bueno que dejó, que el tiempo cura mucho y muchas cosas. Yo recomiendo mucho el duelo, lo digo por experiencia■