Hay formas diversas de entender qué es un tren y qué lo vuelve un elemento distintivo en la experiencia humana. Una de ellas puede ser el abordaje que otras culturas hacen desde su imaginario y los medios que utilizan para representarlo. Esta clave interpretativa posibilita el uso de la animación japonesa como un ejemplo de concepciones y poéticas posibles. Es allí donde el universo creado por el fundamental Leiji Matsumoto despliega toda su fuerza: en una narración en la que un tren intergaláctico sirve como disparador tanto de las historias de un niño que busca perder su humanidad como de las historias de la misteriosa mujer que lo acompaña. 

El inicio

La historia es tan cruel hoy como lo fue en 1977 cuando fue publicada en formato manga. Su versión en animación seriada (1979-1981) conservó esa característica y, por momentos, la exacerbó con fines dramáticos. En un mundo devastado por la avaricia del hombre y en el que las clases pudientes cambian sus cuerpos por otros robotizados, Tetsuro Hoshino y su madre, enfermos de pobreza y sufrimiento, se adentran en el desierto con el fin de llegar a Megalópolis y allí abordar el misterioso Galaxy Express 999 del cual se dice que tiene como parada final un planeta en donde gratuitamente puede trocarse el cuerpo humano por uno robot. A punto de terminar la peripecia, madre e hijo son interceptados por el Conde Mecha, un malvado cyborg que por deporte les da caza junto a sus esbirros. Allí la madre de Tetsuro es asesinada y su cuerpo, clavado como trofeo en un salón. Pleno de odio y venganza, pero al borde de la muerte, el niño es rescatado por Maetel, una misteriosa mujer rubia y de cuerpo estilizado quien le obsequia un pase al 999 con la condición de que él acepte ser acompañado hasta su parada final. Antes de abordar, Tetsuro encuentra al Conde Mecha y consuma su venganza. Es en ese punto donde comienza el verdadero viaje, cuando la mujer lo insta a mirar el planeta tierra por última vez con los ojos de la inocencia.

La búsqueda

Tetsuro no puede soportar el dolor por la pérdida de su madre, y Maetel, de gran parecido a ella por sus rasgos y por su ternura aparente, se la recuerda constantemente. Ninguno de los dos teme matar, incluso a sangre fría, cuando se encuentran en una situación de vida o muerte. Cada uno por motivos personales se expone a los abismos de su propia historia. Los objetivos del chico son explícitos, pero, en el caso de la mujer, éstos se van desentrañando con el correr de los ciento trece capítulos que componen la serie.

Sin embargo, el 999 no solo es un escenario en movimiento cuya función es conectar historias diseminadas entre las estrellas. Allí, también, se dan los momentos de mayor tensión dramática, pues Tetsuro reflexiona junto a Maetel sobre la necesidad de abandonar su humanidad para cumplir el deseo de su madre y dejar atrás el pesar que lo carcome. La línea delgada que separa el bien del mal, la cordura de la locura es puesta a consideración del espectador, cuando el niño inocente se encuentra ante los predicamentos que implica la búsqueda de un sueño malsano y antiguo como la vida eterna. Y el recorrido del tren parece estar siempre dispuesto de tal modo que cada nueva parada tira un poco más de la cuerda moral de los personajes. Solo el devenir del argumento permite develar cuán azaroso es este recorrido.

El tren espacial está lejos de la estética que puede presuponerse. Cercano a lo que luego se llamará steampunk dentro de la literatura de ciencia ficción, el 999 es un tren de apariencia común: locomotora humeante y vagones. No obstante, como se dice en la serie y en una de sus películas: “Es un tren supermoderno protegido por una barrera antienergía de infinito origen electromagnético”, construido gracias a “las tecnologías de antiguas civilizaciones procedentes de lejanas galaxias y el uso de materiales alienígenas”.

En esta formación, Tetsuro y Maetel son los solitarios pasajeros que junto al conductor -un elemento cómico infaltable en todo animé- surcan el universo deteniéndose en distintas estaciones durante un día de cada planeta. De no abordarlo, morirían indefectiblemente. Cada uno de estos mundos plantea una aventura y una reflexión sobre la condición humana en relación con la otredad, la tradición, la soledad y la tecnología.

La serie que, a pesar de lo dicho, tiene momentos de un humor casi anodino, a su vez posee un trasfondo en donde la discriminación marca el pulso de las relaciones. Los pobres, que solo pueden costearse órganos artificiales de baja calidad, se encuentran sometidos por aquellos que, gracias a su dinero, han podido pagar cuerpos robots lo que vuelve difusa la idea de humanidad en ellos. Este es uno de los elementos fundamentales sobre los que se desplegarán las historias. El Galaxy Express 999, en su trayecto hacia la parada final, une el sueño de la razón con los monstruos de la desesperación mecanizada.

Un fantasma kafkiano también la recorre. Nada se sabe y nada se dice de la corporación Galaxy, propietaria del 999, ni de otros trenes tan misteriosos como él. Los destinos y sus peligros no son anunciados, sino hasta pocas horas antes del arribo. Como una suerte de capitalismo estelar al estilo de Blaise Pascal, los centros de toma de decisión se encuentran en todo lugar y a la vez en ninguno. La voluntad mueve a los personajes a través de una voluntad mayor, ¿la de Dios?, que los pone ante una escenografía donde se muere por grandes ideales y esperanzas vanas. El tren encarna el viaje desplegado, es el logos de la creación que todos los personajes intentan perforar para colar sus voces y su libertad.

Inspiraciones

Matsumoto, en su afán por crear una ópera espacial, no sólo no respeta la narración lineal, sino que le ensambla a la serie otras que la complementan y expanden. Es épico y todos sus personajes llevan consigo esa impronta. Tetsuro se inspirará en personajes de otras series, los continuará (Harlock -1978, Queen Emeraldas – 1998, Tochiro Oyama – 2002). Lo que se cuenta en un presente narrativo, con pasado y líneas argumentativas paralelas, se abre, se entrecruza y se cierra dentro de 999, tanto como en otras líneas argumentales. Una decena de personajes van y vienen, y a medida que el espectador se adentra, lo que halla es un universo consistente. Se ha dicho que su esquema es similar a Star Wars y que incluso se inspiran mutuamente. Quizás sea una exageración, pero plausible ya que no solo son contemporáneas, sino que comparten una serie de elementos que se funden en la narrativa de cowboys, samuráis, aliens, de conspiraciones y de demás artificios sobre los que se fundó el animé de ciencia ficción de los ochenta.

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Galaxy Express 999 es una serie de una poesía manifiesta y de otra latente. Como toda obra con décadas de recorrido, muchas veces su narración puede ser lenta o demasiado veloz, extensivamente coherente o fatalmente inconexa. Nada muy distinto al tren de la vida, ese que, sin rumbo definido, abordamos a diario cuando suena el despertador y como robots salimos a la calle a a poner en juego nuestra propia humanidad■

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