Tal vez Borges sea quien mejor comprendió la imagen del futuro como un sendero que se abre y al pasado como una linea recta. En esa escena me descubro al recordar que el 14 de abril de 1997 salía el primer número de la primera revista que hice, Hacia Allá. Veinte años y monedas separan aquel otoño de este invierno. A veces parece tiempo al garete, a veces no.
Estrictamente no era una revista. No hace mucho el estudio del mundo gráfico me reveló que acaso Hacia allá, por las formas en las que se hacía, no era una revista sino un fanzine. Fotocopia sobre fotocopia. Recorte sobre recorte. Hágalo usted mismo. Sin sponsor, sin recursos, con pc prestadas con windows 3.1 y discos de 5½.
Un fanzine poético político para discutir el menemismo a los 16 años y para pedirle a Roxana, una rubia luminosa, que me diera bola de nuevo. Ni el menemismo cayó por nuestra causa ni la rubia volvió a dirigirme palabra alguna. Es entonces cuando surgen las preguntas atávicas sobre las revistas ¿Qué son y para que sirven? Para nada. Me tienta esa respuesta. Pero para una nada lúdica y comprometida con las razones del juego mismo.
No estaba solo. Estaban David y Gastón. César, un profesor que nos trataba como algo más que alumnos, nos daba una mano. Recuerdo a Eduardo y a Ángel. A Fernanda y a Leandro.
Eramos unos frikis egocéntricos que leían y se jactaban de eso porque no podían jactarse de tocar una teta ni de casualidad.
Nos metimos en temas en los que nadie nos llamó y algunos pagamos el precio del escarnio y del oprobio. Habrá quienes recuerden algunos incidentes tirando a graves que tuvieron a la revista como centro.
“La revista”, así le decían. O “La revista de zanella.” Nunca me gustó esa sindicación que me generó problemas con mis pares pero en sus postrimerías se había vuelto cierta.
Durante dos años opinamos con faltas de ortografía sobre la realidad bajo el prisma de los conceptos que aprendíamos al pie de la vaca. Si en pedagogía hablábamos de Compte y Durkheim, tomábamos partido. Si en geografía se tocaba la matriz productiva proponíamos cambiar la agricultura por la fabricación de inodoros. Eramos unos industrialistas del absurdo. Unos ñoños disfrazados de irreverentes al estilo Caiga quien Caiga pero sin glamour y con acné. Claro, los mismos profesores que pregonaban la libertad de pensamiento no se copaban tanto con el proyecto cuando en esas mismas páginas los tratábamos de ovejas caminando al matadero. A nadie le gusta que le toquen el culo pibes que aun toman la leche a las 6 de la tarde. By the way, todo terminó de golpe, con escándalo, golpes, canales de televisión y su servidor yendo a lo de Mauro Viale a tomarse unos mates con Sol, una travesti divina del prostíbulo Spartacus.
Hicimos cosas horribles. Textos primitivos y poemas melosos. Algunas chicas se acuerdan de ellos. Luego vino el resto de la vida. Otros proyectos que no prosperaron, amistades que se fueron diluyendo, drogas, mujeres, dineros, otros intereses intelectuales, otros compromisos políticos. 20 años.
Pienso en Andén, esa revista híbrida por la que nadie da dos mangos y hace 8 años que sale siempre a punto de morir, desfinanciada por una ex rencorosa, abandonada por sus fundadores, en manos del megalómano contenido que nunca dejé de ser.
Me siento a laburar en Andén y me encuentro a mí mismo llamándola Hacia Allá. Como si fueran lo mismo pero diferente. Tan artesanal como siempre pero con photoshop y quark y colaboradores en Japón y México. Con amantes del heavy metal y la literatura árabe. Con dibujantes y correctores. Como si fuera lo mismo pero diferente. Como si las derrotas y las catástrofes del alma fueran el mecanismo de relojería que invierte el flujo del tiempo cual Benjamin Button sin carisma ni belleza.
No sé cuando saldrá La Revista. No sé si ha dejado de salir o si el tiempo que me toca no es sino un largo cierre de edición. Dicen que los radicales miden los años por el tiempo que pasa entre interna e interna. Yo mido el tiempo con revistas. No hay poesía en eso. No hay heroísmo. Capaz que ni siquiera el solaz del placer. Por ahí es solo eso. Destino. Y nada más.