El chofer escucha a todo lo que da canciones del cantante de cumbia que se murió ayer en Santiago del Estero. Cada vez que termina una canción uno del fondo grita para todos
– ¡Gloria al Señor!
No queda muy en claro si agradece la muerte del artista, si celebra su arte o si alaba al colectivero y por eso lo trata con respeto. Lo hace desde Laferrere Town hasta Evita city, donde baja.
Voy parado en un rincón del no man’s land, ese espacio impreciso en mitad del colectivo, donde está la puerta del medio. Tengo sentado detrás dos tipos. Uno le cuenta a otro que un tal Hugo salió en libertad. El otro le pregunta por el compinche del Hugo que cayó con él. No dice su nombre. El otro dice que el Walter, supongo que es el nombre del supuesto cómplice, no sale porque cuando le mandaron el ambiental a la casa -una especie de control sobre las condiciones de vida que tendría al salir – la madre recibió borracha al asistente social y el tipo que se había comprometido a darle laburo no fue a la entrevista porque estaba en la comisaría por una denuncia de violencia de género de su ex mujer. Uno de los tipos cuenta, casi como enumerando una historia ya conocida, que el Hugo y el Walter cayeron por robo de automotor, tenencia de arma de guerra y hurto en poblado.
-Querían pagarle el cumple de 15 a la nena- Dice uno.
-Al menos fue por un buen fin- contesta el otro.
Cuando baja el aleluyo cumbiero sube un grupo de pubertos deportistas. Deben andar entre los 16 y los 18 años. Viajan seguido. Parece que juegan al futbol en algún lado. No sé si vienen o van. Siempre están pasados de energía, a los gritos, con pantaloncitos cortos y esos bolsos de mano que usan los que juegan a la pelota. Si el bondi va medio vaciongo se tiran en el piso y duermen a pierna suelta cual campamento en mitad de la campiña. Los colectiveros los tienen junados. Depende de quien maneje a veces los dejan tirados porque si bien no suelen cargosearse por ahí se ponen medio densos con los chistes que se hacen entre ellos y se mueven mucho. Hoy los dejan subir. El que maneja hoy no es mucho más grande que ellos. Cuando le hicieron la parada y lo reconocieron empezaron a saltar y dar vítores porque sabían que les iba a abrir la puerta. Solo es amable con ellos y con mujeres jóvenes y voluptuosas, de ahí la empatía. Como es costumbre, dos se quedaron adelante para darle charla y los otros se fueron para el fondo, pero solo llegaron hasta donde estoy porque más atrás se apiñó un grupo compacto de gente que quería ir parada, pero, en la medida de lo posible, cómoda, así que hacían bulto en el pasillo para disuadir a quienes quisieran aventurarse más allá.
Tres de ellos se acomodan a mi alrededor. Se joden unos a otros. Uno, igualito al Kun Agüero, le manguéa a otro un chicle. El otro le da uno, pero le reclama que siempre está pidiendo. El garronero le dice que no tiene un mango, que le pidió a la tía que labura en la municipalidad para poder viajar esta semana porque los viejos no tienen ni para un paquete de arroz. El tercero, que parece algo más avispado que el resto porque en ocasiones se separa del grupo para leer unas fotocopias, le recrimina que, encima que no tiene un mango, lo votó a Milei. El otro le contesta que dice eso porque en el CBC le lavan la cabeza, que antes de ir ahí se juntaba con los pibes y ahora se la pasa leyendo esas cosas que le dan. Gesticula como si diera vueltas las hojas de un libro imaginario. Además, agrega, si el león gana se le acaba el curro ese de irse temprano de la práctica para ir “con sus amiguitos chetos de anteojos a estudiar kirnerismo“. El avispado lo mira socarronamente, casi como quien mira a una cucaracha, un gorgojo o esos bichitos que crecen cuando se pone verde el agua de la pelopincho. Hace mal, pero razón no le falta. Cruzamos miradas.
-La libertá avanza, guacho, acostumbrate- dice el libertario y tira unos pasos de cumbia.
-Nene, ¿te podés quedar quieto? – le recrimina un tipo que no se sacó la mochila al subir. Debe ser albañil porque la mochila es de nene de jardín, probablemente de manufactura china, ya que en el diseño conviven imágenes de los teletubies, mi pequeño pony y un hombre araña verde.
-Disculpe, don- dice respetuoso el niñato.
-Disculpas pedile a tus viejos, por votar al vyro ese, akã tembó- Le contesta fuerte, seco y en guaraní. El niñato se sorprende.
-Eh, amigo, ¿qué lo bardeá al pibe? Andate a tu país con tu familia con si no te gusta, acá votamos ganador – grita un Australopitecus Afarensis que parece saber el significado de eso que dijo el albañil, no le gustó y por eso sale directo del fondo. No tiene pinta de poseer capital, ni aspecto de ario. Tampoco de tener muy ejercitado el castellano de nuestro señor Felipe de Borbón y Grecia. De hecho, parece más un ejemplo del fototipo V de la escala Fitzpatrick o del puesto 34 de la Von Luschan.
-Yo me voy y no va ´ a encontrá quién te levante una pare´ por la mima plata- le contesta el tipo que está por sacarse la mochilita. El Australopitecus lo mide. Se da cuenta que lo van a cagar a trompadas y se vuelve al fondo con dificultad. Los pubertos se quedaron en el molde apichonados. El dueño de los chicles, aunque me saca una cabeza, se me pega cagado de miedo de ligarla él también. De pronto, advertido de la posibilidad de gresca, el colectivero grita que qué carajos pasa, que si siguen a los gritos los baja a todos en el peaje. Para coronar su intervención pone el volumen de la cumbia a un volumen imposible que sale de uno de esos parlantes bluetooth que valen dos mangos y se escuchan como el culo.
Todos se llaman a silencio menos los dos que van junto al chofer y cantan las canciones que suenan. Al llegar a Consti, al bajar, los pibes se reagrupan. Lo bardean al libertario por quilombero. El pibe lo señala al otro, al avispado.
-La culpa es de Titi que tiene esas ideas raras.
-Chupala, puto- le contesta Titi. Se van todos juntos gritándose cosas y revoleándose bolsitos.