Hay cuatro mormones en los últimos asientos de la fila doble. Voy parado junto a ellos. Tres son rubios de ojos celestes y el cuarto tiene más pinta autóctona. Lleva unos anteojos culo de botella gigantes y la cara picada de viruela. Los otros son más bien granujientos y hablan con un acento anglo medio inidentificable. Vienen de Pontevedra Hills, que como todo el mundo sabe es la capital universal de los mormones. Cuando iba al colegio por allá me gustaba cruzarlos porque si los mirás, te saludan. Soy tirando a tímido y me cuesta arrancar la charla por eso admiro a estos pibes que de la nada te saludan, te dan un panfleto del fans club de dios y te dicen que tomar café te manda al averno. Gente más flashera no hay.

En el bolsillo de sus camisitas impolutas llevan sus nombres escritos. Estos cuatro no son la excepción. El que tengo más cerca se llana Elder Collins. El morocho tiene pinta de llamarse Ramón pero no, se llama Elder Castillo. Casualidad, se llaman igual. Pero resulta que los de atrás también se llaman Elder. ¿Qué probabilidad hay que uno se cruce con cuatro misioneros nacidos en distintos lugares y que los cuatro se llamen igual? Voy a google. Elder no es un nombre, es un título, como diácono o monaguillo. Mala mía. Igual no suena mal, como nombre de superheroe de ciencia ficción paraguaya.

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Los cuatro van conversando con mucho ánimo. Está fresco y van de mangas cortas pero al militante y al misionero le importan poco los detalles porque va a salvar al mundo de su vulgar miseria acercándole la luz incandescente de la verdad más verdadera y guachiwuau. Bien lo saben los talibanes, los seguidores de Mia Astral, y las fans de Luciano Pereyra.

Uno saca de una carterita un tachito coqueto de agua color rosa. Los otros tres se miran y se ríen y lo boludean por el color. Al parecer se avergüenza porque apura el trago y guarda la botella al toque.

Mientras el bondi se llena cuentan historias surgidas de su práctica misionera. Las escucho clarito o en todo caso las descifro entre su acento. Arranca el que tengo sentado más cerca, Elder Collins. Cuenta que una vez, recién llegado al país, misionando en Santa Julia, se le acercaron unos pibes a preguntarle si no regalaba biblias. Collins pensó que el Señor lo había enviado a un barrio de fe, a un lugar donde la gente estaba deseosa de escuchar la buena nueva. Collins, cuenta, sacó de su morral tres biblias chiquitas, de las azules que usan ellos y se las dio. Los pibes estaban felices, le agradecieron y todo. Él se sintió realizado. Le contó eso a la vecina del barrio al que iban a visitar. La mujer le dijo a él y al que lo acompañaba “chicos, no les den, usan las hojas de la biblia para armarse porros porque son finitas”. Desde ese día, dice Collins, si alguien en la calle le pregunta por la palabra él solo se las lee, se niega a que el maligno realice su obra a través de él.

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Sigue el Elder nativo, Elder Castillo. Cuenta que estaba con unas señoras de la comunidad en la plaza de un barrio de capital repartiendo esas revistas tan coloridas que hacen ellos en las que el mundo es una poronga horrible por culpa de los que se alejaron de dios pero que mejora cuando das vuelta la página y, por obra y gracia del diseñador gráfico, aparece gente feliz en colores pastel habitando un edén en el que todos visten chombas Yves Saint Laurent. Castillo dice que era época de elecciones y entonces tenían a unos metros una mesita del Partido Obrero repartiendo panfletos. Las señoras sentían la necesidad de llevar una pequeña luz a esos descarriados ateos pero les daba temor la respuesta. Castillo, único hombre en esa acción evangélica, puso las pelotas sobre la mesa y fue. Los pibes del PO lo trataron con respeto pero le dijeron que le hacían un cambio. Ellos le aceptaban la revista y prometían leerla si él se llevaba el Prensa Obrera y prometía lo mismo. Hicieron el cambio. Los otros Elder le preguntaron que qué tal, si la había leído. Dijo que no, que la tiró al volver, que seguro los pibes habían hecho lo mismo.

-Lo importante- les dice -no es que el otro salve su alma, sino que uno demuestre voluntad por ayudarlo. Igualito a mi ex cuando, llorando compungida en una esquina, me dejó por otro. Lo importante no era que uno no sufriera sino no quedar como alguien cruel. Prioridades, le dicen. Pasa en religión, pasa en el amor y pasa en TNT.

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Los otros dos Elder no tienen apellido, es decir, no es que no los tengan sino que no alcanzo a leerlos y además tengo a un costado a una vieja forra que cada vez que tose hace un bailecito que nos empuja a todos los que tiene alrededor. No me deja fijar la vista y encima me rosa el culo con más ganas que casualidad.

Lo que entiendo de los Elder sin  apellido es que iban juntos caminando una tarde por Laferrere al fondo y se encontraron con con varios patrulleros que estaban ahí por un asunto de prostitución. Un policía de la bonaerense de pronto los mira. Ellos lo saludan. El tipo devuelve el saludo y les pregunta si tienen documentos. Le dicen que si y entonces el cana les dice que tienen que salir de testigos del operativo. Ellos le dicen que son extranjeros y que no pueden porque no quieren problemas o porque una fuerza superior se los impide o algo así. El cana les dice que lo acompañen igual y que decida su jefe. Cuando llegan a una casilla se encuentran con que en el patio de adelante hay dos mujeres y un hombre esposados. Una de ellas en ropa interior.

-Negra, como el pecado- dice uno de los Elder al que el recuerdo le hace brillar los ojitos. Tiene pinta de ser un virgo muy impresionable, por cierto. -La semidesnuda gritaba,

-Como poseída por el pecado- interrumpe el Elder virginal.
Sí, ya quedó claro, forro, dejalo seguir, pienso. No se lo digo.
La cosa es que cuando el jefe del cana los ve mira al cielo y le dice

-¿Alguien normal, no? Pelotudo- El pelotudo lo agrego yo, Elder usó “tonto” pero no me parece que un policía de la bonaerense sea tan naif teniendo en cuenta las atrocidades que suelen hacer antes del desayuno. Los dejan ir. El Elder narrador dice que cuando el jefe policial miró al cielo, Dios lo convenció de que no eran adecuados para dar allí testimonio de su gloria y que por eso pudieron seguir sin problemas.

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Se bajan en Evita city. Se supone que uno de esos cuatro asientos era para mí pero ya los buitres estaban atentos. Una embarazada con el polvo mañanero de hoy tiene nauseas. Obvio que la vieja con tos ahora miente un principio de epilepsia. Un policía de civil pone cara de ser uno del montón como si la cara no lo vendiera. Adopta una actitud que da a entender que no resigna el asiento que le pertenece por el derecho divino de tener un chumbo. El que falta se lo queda una adolescente tetona pasada de labial y plataforma con flequitos.

Me quedo, como siempre, parado, preguntándome, como Cristo en el madero, por qué dios me abandonó. Razones no le faltarían pero seguro fue por el café. Nadie lo hace como yo.