Quejoso en modo 1: Subo al 180. Tiene aire acondicionado. Al lado se me sienta una vieja con un libro de Jorge Bucay. -¡Qué vergüenza- me dice -ya no respetan a nadie. ¿Viste el frío que hace acá adentro- la mando al carajo con la mirada. Yo agradezco que la unidad tenga vidrios y el chofer no este armado. La vieja se da cuenta que no hay empatía y deja de hablarme. Lamentablemente tiene celular. Se enfrasca a en una interminable charla telefónica con un pariente acerca de lo conchuda que es su nuera. La modernidad tecnológica le hizo mucho daño al silencio.
Quejoso en modo 2: Loco, tenés un local precario, no pagás impuestos, evadís cargas sociales, cobrás precios exorbitantes por un viaje de remís porque sabés que a las 3 de la mañana sos la única opción de viaje de miles de personas. Ok. ¿Qué te cuesta aportar al bienestar comunitario cortando el pasto y barriendo el frente de tu negocio? Cochino miserable.
Quejoso en modo 3: El Talita, González Catán. Línea 96. Un tipo. Bigotón. Cuarentitantos, hablando a los gritos por Nextel. Dixit: “Javi hay quilombo, andate urgente a lo de la Brenda porque la María le quiere pegar con todas las parientes porque no se comieron que la Brenda y la amiga le dieran por hacerse la linda. Andá con los pibes y ubicalas pero mirá que capa’ que están zarpadas”. Del otro lado le responden -dale-.
Quejoso en modo 4: Loca, vas en el colectivo, sentada, con 3 pibes, uno que duerme y no debe tener 2 meses y los otros dos que deben tener, con suerte, 2 y 3 años. ¿Tenés que estar inmersa en tu celular mientras gritan, patean y escupen a todo lo que pase junto a ellos? Si los vas a tener, tenelos adiestrados y con todas las vacunas. Seguro que el esfuerzo es mucho menor que el que te costó ese tatuaje horrendo que te hiciste en la jeta.