Las tácticas y estrategias de la guerra y de la vida no se me dan bien. La pifio seguido, por pancho, por perezoso. Mi ex sabe de eso un kilo y dos pancitos.
Por eso ni bien gano un asiento en el bondi me doy cuenta que la cagué. Cambié un lugar seguro, parado pero apoyado con comodidad en un caño del no man’s land de la puerta por un asiento. Ok, es un asiento mullido pero rodeado de gente que no daría un asiento ni aunque la torturaran a pulso de picana. Si sube una embarazada de octillizos, un cuadrapléjico, un matusalem con varios by pass me la van dar. Y me la dan.
Una señora, en el metrobus del km 29, sube con dos nenas, las dos con síndrome de down. Una en brazos, la otra de la mano. Imposible hacerse el boludo. Bueno, imposible no, al resto de lxs que van sentados les sale bien. Al menos la señora me agradece cuando le dejo el asiento. La vi llorar sin lágrimas cuando pagó el boleto y vió que nadie se lo iba a dar. Tampoco es que sirva pa’ mucho lo que hice por ella. Le queda la nena mayor ahí parada y no tiene mucha idea de cómo hacer equilibrio en un bondi hasta la pija. Un viejo grita que le den el asiento a él o la nena pero la idea no cala. Seguro que si se les propone linchar a un chorrito menor de edad se prenden al toque. Porque así somos, tenemos ortiva el corazón.
Una mina que va con un nenito diminuto podría coparse y subirselo a upa pero se hace la boluda. Un forro de gafas, con lomo de deportista olímpico ruso podría dejar el suyo, pero por ahí la cumbia asquerosa que se filtra por sus auriculares no le permiten entender la situación. Otro mira el capítulo de ayer de Juego de tronos en el celular y sí, estuvo bueno pero por menos también te hubiesen matado a vos, garca. Y así todxs, con su excusa habitual.
Me deslizo entre la muchedumbre hasta el lugar del que no debería haber salido.
Ahí lo veo a Micky. Hablé una vez de Micky, un discapacitado habitué del bondi. Como 40 años mal llevados, un retrazo mental de esos bien jodidos, junto a su mamá setentona larga durmiendo a su lado. A Micky no le cabe el amontonamiento de gente, se pone nervioso, ergo, siempre lo está porque siempre viajamos así y siempre lo haremos hasta que nuestros huesos se pudran por obra de la devastación del tiempo y la tristeza.
Micky quiere hacer caca, lo dice a viva voz. Lo repite desde Laferrere town hasta ciudad evita. Se calla. Sonríe. Su silencio es sopechoso. Al menos no hay olor.