Vuelvo de la Feria del libro. Una cadorcha. La cosa es que espero el 96 semi en Constitución. Estoy en la fila. Bocha de cristianos y otras religiones menos elegantes. Pasa un pibe, uno de esos zombis paqueados venidos de algún lugar con rumbo a ninguno. Vomita en medio de la vereda medio litro de una baba lechosa. Me sorprende que no me manchara. Tengo unos día bastante agresivos pero no le digo nada ¿Qué culpa tiene el pobre diablo?

El pibe sigue tambaleándose hasta que le hace lo mismo a dos borrachos viejos y gordos que toman algo amarillo en una botella cortada. No son ni tan amables ni tan civilizados como yo. Espero que el paqueado no necesite su cara para algo importante porque lo que le hacen le caga su entrada al modelaje para toda la carrera. No vale la pena intervenir.
El policía de la vereda de enfrente no deja de tuitear a pesar del quilombo que se arma.

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Adelante mio, en la fila, está una parejita. Dos criaturas, no llegan a los 18. Ella le dice algo, no escucho bien. El pibe saca el teléfono y lo pone en modo selfie. Veo mi cara detrás suyo en la pantalla de su telefónito. El pibe dice algo, algo así como “Marianela te quiero mucho”. Ella patalea y hace pucheritos hasta que le dice “dale gato cagón, decilo”. El pibe protesta. Sigo apareciendo en su filmación. La piba sigue cagándolo a pedos hasta que el pibe se harta. Pone firme el celular y dice y le dice a ella a través del celular con voz firme, decidido “Marianela te amo con todo el corazón y quiero tener hijos con vos”.

Para mi desagrado infinito he quedado inmortalizado en un video que le mostrarán a sus nietos. Decenas de niñitos desconocidos se preguntarán el día de mañana quién será el de la cara de orto que levanta sus ojos al cielo pidiendo una muerte instantánea en el video de sus abuelitos. La puta madre.