Siga el baile

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Las fiestas clandestinas son como Dios, no las ves, pero están en todos lados. Sin embargo, a diferencia de Dios, también atienden en el conurbano. El otro día cayó mi primo, labura en un hipermercado de esos que se guardan la mercadería para decir “hay escasez” y remarcar a lo pavote. Nos hace la gauchada de traernos las cosas para no tener que salir.  Me cuenta que uno de los pibes que labura con él se lleva todos los viernes una cantidad desaforada de alcohol con descuento de empleados. Todo el mundo sabe, pero todo el mundo se hace el boludo. El chabón organiza clandestinas en La Matanza.

Lo esencial

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—¡Veníamos surfeando como campeones, pero llegó la segunda ola y pum! en la pera— Me dice el colectivero, treintañero, conversador, ojeroso y pinta de cheronca venido a menos— yo estaba a pleno boludeando con los pibes pero ahora se cortó. Mucho viejo en la familia. Y la vacuna viene lenta, primero “los amigos”, después lo viejos, después la cana. Cuando me toque a mí voy a tener 40. Yo digo que me metan cualquiera, la rusa, la china, si con las porquerías que tomé cuando salía de caravana mirá si me van a hacer algo.