Las fiestas clandestinas son como Dios, no las ves, pero están en todos lados. Sin embargo, a diferencia de Dios, también atienden en el conurbano. El otro día cayó mi primo, labura en un hipermercado de esos que se guardan la mercadería para decir “hay escasez” y remarcar a lo pavote. Nos hace la gauchada de traernos las cosas para no tener que salir. Me cuenta que uno de los pibes que labura con él se lleva todos los viernes una cantidad desaforada de alcohol con descuento de empleados. Todo el mundo sabe, pero todo el mundo se hace el boludo. El chabón organiza clandestinas en La Matanza. Dice que es para hacer la diferencia y llegar a fin de mes, pero lo hace porque le gusta, porque tiene la vocación. La pandemia le abrió la puerta a sus sueños. En épocas normales no hubiese tenido ni para empezar, pero la movida de fiestas low-cost a escondidas le dio la oportunidad. Y el pibe, cual emprendedor macrista, la vio y se armó el negocio. Tiene a toda la familia metida. Hasta los padres de la novia se llevan un manguito. Un día en un barrio, un día en otro. A veces, entre semana, para despistar, total la pendejada está al pedo sin clases. Se mueven en zona oeste paro hace unos días les salió un fiestón de aquellos en La Plata. La levantaron en pala. Tiene arreglos con todas las comisarías. Un tanto para el comisario, un tanto para los del patrullero. Durante el verano usaban quintas alejadas. Pileta, gente en malla, punchi punchi toda la noche. Algunas duraban días. Cuando arrancó la fresca volvieron a los barrios. La gente no dice nada, les activa la economía. Les compran a ellos las boludeces, servilletas, productos de limpieza, lamparitas. En algunos también adornan un poco a los vecinos para que se callen y no armen quilombo. Algunos hasta entran gratis. La cosa es simple. Para empardar los gastos te arrancan la cabeza con la entrada y la bebida. Por eso la monada toma antes de entrar. Si los que van son de la zona pasan por un quiosco o a un almacén de por ahí. Adentro, como ya están en pedo, gastan lo que tienen. Todos ganan, menos la salud, claro. El flaco dice que lo lamenta por los muertos pero que la vida sigue y que de algo hay que morir. Se escucha mucho la frase, sobre todo de los vivos. Se le murió un tío de covid pero mi primo dice que mucho no lo quería.
Otro de mis parientes es Dj. También está en el paño. Se quedó en la lona desde el año pasado. La esposa, moza. Está igual. Dicen que no les gusta trabajar en esas fiestas, pero tienen que morfar. Los contratan porque son discretos y baratos. Por lo general laburan para la barra brava de Atlanta, Ferro o uno de esos equipos con pasado ilustre. Lo llevan a quintas y campos en zona sur, donde dicen que tienen todo arreglado, pero también hicieron fiestas en Lugano y en pleno Villa Crespo. Asado a mansalva, chupi, porro. La excusa es lo de menos. Cumpleaños de quince, bautismos, fiestas de divorcio. Nada de protocolos ni barbijos ni nada. Ellos dicen que usan, pero andá a saber… Es al cuete ponerse en vigilante. El hambre tiene la virtud de ser convincente.
Cuentan que hace unos días uno que estaba en una de esas fiestas medio entonado amagó con sacar un par de fotos con el teléfono. Lo cagaron a palos y le rompieron el aparato, por gil. También cuentan que hicieron una fiesta súper descontrolada para unos judíos ortodoxos que fue donde mejor les pagaron y les regalaron un montón de morfi con el que tiraron una semana. También que hicieron una fiesta en el sótano de un edificio sobre la calle Austria, cerca del Museo de Bellas Artes. No faltó nadie. Creo que festejaban una boludez, un cumple de 5 años o algo así, pero para evitar denuncias invitaron a todos los inquilinos y propietarios. El lugar se bancaba, como mucho, veinte cabezas. Había cincuenta y pico. No había ventanas sólo un portón cerrado y una puerta de servicio entreabierta. En un momento de la noche mientras mi pariente pasaba música como si estuviese animando una fiesta en Ibiza con luces y humo artificial se le acercó una vieja bien vieja, de esas que están más cerca del arpa que de la guitarra, con bastón, alhajas de perlitas y peinado de peluquería. Le dijo que esa era la mejor noche que había tenido en mucho tiempo, que la necesitaba para airear la cabeza. El pibe le preguntó si no le daba miedo y la vieja le dijo
-Tengo la de Pfizer, nene, me la di en Miami, no me muero más- y se fue bailando.
Mis vecinos también le pegan lindo. Creo que es a propósito. Mientras más se cierra la cosa, más se juntan. Y más chupan, y más celebran algo que uno no sabe muy bien qué es, pero resulta que es miércoles a las 4 de la mañana y siguen a los gritos escuchando chamamé, cumbia y reguetón. Son como esos pendejos a los que les decís que no metan el dedo en el enchufe y prueban metiendo un tenedor.
La posta es que les envidio esa voluntad por sentirse plenamente vivos. A mí no me da el cuero para tanta libertad. Dicen que morirse de viejo ya no está de moda. Parece que tienen razón.