Al principio los dioses crearon el cielo y la tierra y, tiempo después, a Chano. Ustedes no se acuerdan porque son chicos y dados al olvido rápido e impiadoso de la modernidad aguachenta, pero hace unos años Chano era todo, estaba en todas partes. Allí donde miraran, allí donde escucharan, estaba él, o un personaje que se parecía a él y se lo creía o alguien que actuaba la versión de Chano que cada quien elegía ver. Pero hay allí un problema. Chano no siempre fue el Chano que conocemos y los medios olvidaron porque tiene poco que decir. Chano fue otro Chano antes de ser ese que todo el periodismo esperaba ver morir de sobredosis mientras se lanzaba de un edificio montado en una Ferrari con un kilo de merca y dos travestis paraguayas menores de edad y en pelotas. No. Chano fue, aunque no lo crean, un poeta maldito. Tal vez no el más elegante pero sí uno de los más dolidos.

Tal vez, lo de poeta le quede un poco holgado para nuestros estándares. Tal vez sea mejor decir que Chano, o mejor aún, Santiago Moreno Charpentier fue, en uno de sus peores momentos personales, un cronista del yo, de la disolución del ego ante el dolor.

Porque lo importante de Chano no es su faceta rockstar que en ocasiones lo ponía en peligro a él y a quienes lo rodeaban. Lo importante de Chano era Santiago, el tipo que sufría y que, cuando no podía más, se sentaba frente a una hoja en blanco y escribía.  Y escribía. Y escribía hasta que de tanto escribir compuso uno de los discos más monumentalmente tristes de la historia del rock nacional: Obsesionario en La mayor (2010).

Ahora bien, para encontrar esa monumentalidad y sufrir con ella hay que olvidar a Chano y a Tan Biónica, la banda con la que hizo fama. O en todo caso, olvidar la parafernalia de escándalos y política que los rodearon después del éxito de Obsesionario en La mayor. Olvidar el uso que el macrismo hizo de ellos en medio de la polarización con el kirchnerismo misticista, olvidar el reviente falopero de Chano, su relación tensa con el resto de la banda, sus espantosos discos solistas, su llanto frente al pelotudo de Lanata, sus quilombos de mujeres, todo. Hay que concederle el olvido. Y entonces, ahí, como quien encuentra lo que busca, aparece lo humano de ese disco, la desgarradora crónica de alguien que ya no puede más consigo mismo y sus circunstancias; del extravío existencial en la que se encuentra quien un día pierde aquello en lo que tanta fe tenía y lo ve irse, despacio, lento, sin mirar atrás y sin poder hacer nada para remediarlo.

Sí, es cierto, conceder todo eso es mucho. Pero gran parte de eso se lo concedimos también a La Mancha de Rolando que facturaba a lo pavote y giraba con Amado Boudou hoy preso por, como mínimo, ser un pibe desprolijo con sus finanzas. O también se lo concedimos a Pity Álvarez que de tan barrilete amasijó a un tipo; o al Pepo, en prisión domiciliaria por homicidio culposo doblemente agravado de dos de sus músicos al conducir bajo efectos del alcohol. En suma, el mismo tema de siempre ¿Debemos o no debemos separar al artista de su obra? Ezra Pound fue un poeta maravilloso y sensible pero también un fascista y un antisemita de temer, amigote de Mussolini y bastante mal llevado. Heidegger, un tema aparte y Borges y Maradona, también.  Porque, vamos, ser un hijo de puta es lo más fácil que hay, casi que ni practicar hace falta, pero serlo y además tener algún talento destacable ya es una rareza. Chano es de ese palo.

Adicto a cualquier porquería que se pueda consumir, asesino potencial al volante, acusado de violencia de género y abuso sexual, escandaloso en bares de mala muerte, maltratador de noteros, chico bien pasado de rosca y protomacrista. Para remontar todo eso hay que descubrir la vacuna contra la polio, pero como ya fue descubierta hace rato a Chano solo le quedó escribir y escribió Obsesionario en La mayor.

Nada nace de un repollo. Ya venía ensayando letras de reviente adrenalínico, pero con telón triste de fondo desde el 2001, con el simple Tapa de moda. Luego, más simples y el primer disco de la banda. Nada hacía prever que había allí un poeta torturado, aunque sí un tipo que sabía poner el ojo en esas micro tragedias de la vida nocturna y la dicharachería sin sentido de quien se pasa de copas y líneas. Es decir, suponíamos, como con otros tantos, que era un rocker alternativo, falopero y amigo de la noche y el descontrol, pero no un poeta. Hasta que llegó el momento de sufrir y ¡pum! emergió el artista.

No queda muy claro que pasó o cuánto de lo que dicen que pasó es verdad. Que una flaca tan barrilete como él lo dejó y el pibe se vino abajo; que en realidad la figura femenina de sus letras es una imagen de la iglesia católica y que todo el asunto es una metáfora de una crisis de fe de padre y señor nuestro; que en realidad cuando habla de drogas está hablando de la caída del Arkhé nietzchiano; que perdió un partido del Winning eleven en la play 2  y en vez de suicidarse, como hizo Ricky Espinoza de Flema, se puso a escribir. No importa. La cosa es que Chano, arañando los 30, arañando el éxito, el dinero, la fama, pierde a alguien que estructuraba su vida y entonces muerde la banquina y se va al pasto de la fafafa. Para salir escribe y cuenta lo que le pasa.  Para expurgar de su cuerpo el fracaso y la merca escribe canciones oscuras con melodías pop que bailan quinceañeras. Para poder vivir un día más y exorcizar el fantasma de ese amor que no se va ni con metadona ni buprenorfina, que no deja de morderlo por más que se interne en una granja y haga animalitos de porcelana fría; para poder aguantarse esa herida al ego que significa ser abandonado por alguien que un día te acaricia el alma en un abrazo y al otro te deja en una heladería mientras pedís menta granizada, para poder respirar, entonces, Chano hace lo único que puede, lo único que le sale, escribe (y muy probablemente también lea y consuma porquerías).

No escribe mucho -no es Calamaro-, no escribe culto -no es Spinetta-, no escribe elegante -no es Cerati-. Pero sin embargo, escribe sincero. El pibe dice:

Creo que buscarte es menos digno que pensarte
más difícil que encontrarte y menos triste que olvidarte
me preguntaste ¿No tomás? te dije «ya no lo hago más» y te aburrió la historia.
(Obsesionario en La mayor)

¿Metáforas? Un capítulo de un manual de lengua del secundario. No van a estar. Salvo en la evidente Pastillitas del olvido no vamos a encontrar algo parecido a un recurso retórico más o menos reconocible. Tampoco es cuestión de ir a comprar caviar al almacén de la villa. Es Chano, no Serrat. Pero eso no lo hace ni menos efectivo ni menos musical ni menos sorprendente. Serrat, como Shyamalan, en Sexto sentido, es capaz de contarnos una historia para que al final nos desayunemos de que quien habla está muerto. ¡Sorpresa! Con Chano no pasa eso. Lo que sorprende en su poética es que el tipo no acabe suicidado. Que quien enuncia esos versos no abandone su canción en la segunda estrofa y se tire desde el balcón de un boliche y muera con el cráneo partido frente a la fila de chicas en minifalda que está esperando entrar. No esperamos tristeza de una banda como Tan Biónica ni de un letrista como Santiago Moreno Charpentier. De allí la efectividad de ese disco y de sus letras. El mismo disco oculta su intensión. Empieza con dos canciones un tanto anodinas, de tercer tiempo para los chicos del club de rugby de la zona. Un poco en consonancia con el signo de los tiempos, que al mismo tiempo que nos llama a empoderarnos nos dicta que el ser amado debe ser adorado incluso en sus miserias. Hasta ahí, pop/rock del montón. Hasta que llega la canción que da nombre al conjunto del disco y la cosa cambia de tenor y nos damos cuenta que esas dos canciones (Ella y Beautiful) son un entre, como aquello con lo que nos educaban Los Twist en los primeros ochenta “el primero te lo regalan el segundo te lo venden”. Porque la alegría despreocupada dura lo que dura un saque, o lo que dura un porro, o lo que dura un amor en donde solo ama uno. Porque Obsesionario en La mayor tiene el mismo tono desgarrado y trágico y confesional que otro de los discos más dolorosos del rock nacional: Señales (2006), de Callejeros1. Es cierto, los motivos son distintos. Las pérdidas y sus modos tienen otra dimensión y otras consecuencias en el mundo real. En ese disco de barricada abismal y torturada Patricio Fontanet se defiende y se duele de la alucinada secuencia de la que fue protagonista: 194 muertos, cientos de heridos, suicidados, presos, enloquecidos, tramas políticas y acusaciones cruzadas. Chano no participó de nada semejante, pero a fin de cuentas todos los dolores del mundo se parecen cuando te tocan a vos. Y sobrevivir siempre se vuelve un signo de sospecha, ya sea si sobreviste a Auschwitz, a Cromagnon o a la cocaína que tomás para bancarte la colgada de galleta de la flaca que te gusta. ¿Por qué no te moriste todavía? ¿Por qué no te estás pudriendo con tus seres queridos o con la idea de ese amor al que te aferrabas como un desquiciado? A eso Chano le dice

Escucho voces que me dicen Andate
y adonde vaya siempre voy a llevarme
(Dominguicidio)

o cuando ancla en esa claridad revelada y sentencia:

No hay un consuelo para el duelo
más que la resignación
es el dolor o el olvido
y ese vacío soy yo
(El duelo)

El pibe lo dice, o lo sugiere, o nos resuena a nosotros que leímos el diario del lunes: le duele, pero sigue de joda porque está desesperado y parar es claudicar ante el dolor. Sigue hasta despertarse en la misma cama con gente que no conoce, sin recordar nada, pero extrañando un cuerpo que no es ese que le pide que se vaya. Y entonces vuelve a su rancho y mientras se le pasa la resaca escribe y llama a los pibes para que le pongan música a eso que escribe y los pibes, que están en otra frecuencia, o no se drogan tanto, o los dejaron, pero les pegó distinto, lo que hacen es ponerle melodías pegadisas, tarareables, aptas para cantar en la ducha mientras te preparás para salir. Una especie de vínculo esquizoide entre letra y música en un in crescendo violento que en su momento más sublime se asemeja a un Milton desquiciado y profético, a un William Blake del subdesarrollo:

Y decidió ser ciego a lo que muestra su destino y ver sombras (Sombras)
Persiguen nuestras almas (Persiguen nuestras almas)

Sombras (Sombras)
Habitan en la oscuridad (Habitan en la oscuridad)
Y amores anacrónicos, fantasmas persiguiéndonos

Y sueños tan agónicos, el día que se apague el sol
La peste de esta pasión, el cólera del corazón
La noche de la indignación, el sueño de la destrucción
(Perdida)

He allí lo que vuelve a Chano un poeta. ¿Solo por un verso inspirado de un tipo de dudosa moral que no para de drogarse? ¿Vamos a llamar poeta a un flaco que va de granja en granja y de psicoanalista en psicoanalista tratando de superar el maltrato y el abandono? ¿No hace falta algo más, una virtud, una disciplina, un pergamino que lo acredite ante el buen gusto y los críticos de rock? En edades antiguas, aquellas de las que apenas quedan recuerdos y fuentes, y acaso ni eso, cuando los hombres se reunían alrededor de un fuego y cantaban para ahuyentar la oscuridad y el miedo, no se cuestionaba el toque de lo divino. Calíope, diosa de la poesía, no elegía con criterios humanos a quienes hablaban en su nombre. Solo los tocaba, katogeos, y el espasmo sobrevenía. Nunca era gratuito. Una forma de locura lo acompañaba. Quienes escuchaban, quienes disfrutaban de eso o se espantaban ante la presencia de lo transmundano en una boca mortal luego miraban con desconfianza al desdichado. Chano es un signo de eso. O lo fue. O tal vez vuelva a serlo. No lo sabemos. Ahora bien, olvidarlo, sería un error. Uno muy injusto. Con la diosa, con Santiago e incluso, hasta con Chano.
Escuchen Obsesionario en La mayor. Sufran bien acompañados.

 


1 No decimos los mejores, los más vendidos, los más dignos ni nada de eso. Solo decimos que son discos dolorosos, sufrientes. Para parabras celebratorias de lo que está bien escuchar vayan a otros sitios mejor preparados para eso.