Luego de esperar una hora cae el colectivo. Subimos. Tiene aire. Pego asiento. Suben también unos especímenes pasados de copas en su versión más hedionda y asquerosa, ejemplos del salvaje que no genera ninguna empatía. Entidades amorfas carentes de cualquier indicio de humanidad respetable. Se hacen los graciosos, cuentan chistes a los gritos ofendiendo a cualquier minoría. Cuando el colectivo, cuyo pasaje cuesta lo que un Potosí se queda en el peaje de Dellepiane, la negritud se violenta. Ok tienen razón. Gritan que trabajaron 15 horas y quieren llegar a su casa. Eso es justificable. El estado etílico y las imbecilidades que dicen, no. El problema es que tienen botellas de vidrio y las quieren usar. Para colmos, el chofer, en lugar de explicar lo que pasa, desaparece. No se quiere fumar la verdugueada. La diferencia es que él puede bajarse y nosotros no. La temperatura pasa de 15 grados a 70 en 5 minutos. Todo lo que me rodea transpira y tiene olor a chivo. Los austrolopitecus afarencis no cierran la boca. Aparece un policía pero es más útil un tumor. Pone un par de conitos y se va. No podía ser de otro modo.