Luego de esperar una hora cae el colectivo. Subimos. Tiene aire. Pego asiento. Suben también unos especímenes pasados de copas en su versión más hedionda y asquerosa, ejemplos del salvaje que no genera ninguna empatía. Entidades amorfas carentes de cualquier indicio de humanidad respetable. Se hacen los graciosos, cuentan chistes a los gritos ofendiendo a cualquier minoría. Cuando el colectivo, cuyo pasaje cuesta lo que un Potosí se queda en el peaje de Dellepiane, la negritud se violenta. Ok tienen razón. Gritan que trabajaron 15 horas y quieren llegar a su casa. Eso es justificable. El estado etílico y las imbecilidades que dicen, no. El problema es que tienen botellas de vidrio y las quieren usar. Para colmos, el chofer, en lugar de explicar lo que pasa, desaparece. No se quiere fumar la verdugueada. La diferencia es que él puede bajarse y nosotros no. La temperatura pasa de 15 grados a 70 en 5 minutos. Todo lo que me rodea transpira y tiene olor a chivo. Los austrolopitecus afarencis no cierran la boca. Aparece un policía pero es más útil un tumor. Pone un par de conitos y se va. No podía ser de otro modo.

Como a la media hora cae un bondi vacío manejado por un cuasi adolescente imberbe y timorato con cara de extra de Rebelde Way en la que parece su primera vez trasladando ganado. Los montones corren como ñus cruzando el río Mara, en Tanzania. Saltan, se pegan, pasan unos sobre otros. Uno de los que no cierra la boca se permite la guapeada de gritar que los que antes íbamos sentados nos cagamos. No les importan las viejas, las embarazadas, los discapacitados. Uno tira un botellazo que estalla en mitad de la autopista. El policía mira para otro lado porque fue adiestrado para desaparecer gente y reprimir laburantes pero no para poner orden.

Arriba los parásitos sociales se ponen a cantar su mamúa. No cantan rock, ni pop ni trap. No cantan folklore ni tango. No cantan canciones de cuna búlgaras ni melodías gregorianas. No cantan calipso, ni rocksteady. No cantan canciones klezmer ni cánticos navideños. Cantan lo que todos sabemos que cantan. Uno se tira un pedo sonoro y oloroso. Otros del fondo les recriminan pero lo mismo de todos los días:grupos de borrachos unos contra otros que sienten que la poca dignidad que poseen se ha visto mancillada. Podrían enfocar su energía en algo más útil pero bueno, la vida es como es. Se prometen, al bajar, cagarse a trompadas.

Todo transcurre en esta normalidad parecida a un campo de tortura hasta que al pasar la rotonda de Ciudad Evita el colectivo se detiene. Una camioneta chocó con un camión cisterna que salía de la planta de YPF y se prendió fuego. Están los bomberos pero el riesgo de volar todos al recontra carajo está latente, es posible y muy probable. El chofer cuasi niñato pasa junto al incendio a paso de hombre. El calor atraviesa los vidrios a pesar del aire acondicionado. Va despacio como mirando, como descubriendo algo que no se ha visto nunca, como los enamorados que creen que su amor funda al amor. Uno de los parásitos abre la ventanilla y le tira un botellazo a las llamaradas. Se siente la puteada de un pobre bombero que está a metros del fuego jugándose la vida por nada.

Cuando zafamos de morir calcinados y el colectivero le pone velocidad a la cosa se lleva puesto un Ford K que también papaba moscas. Lo arrastra unos metros y sigue sin darle bola porque el chofer puede tener cara de pelotudo pero sabe cuándo le aprieta el zapato. No tiene margen para más retrasos. Lo van a cortar en juliana si baja a darle los datos. Sigue. Al llegar a Laferrere los que deberían haber sido abortados con una percha se bajan. Por supuesto, empiezan a las piñas con los que los habían amenazado porque el que avisa no traiciona.

Me siento. Hago números. Hasta el momento tardamos de Constitución a Kathan city el mismo tiempo que tarda un avión desde aeroparque a Comodoro Rivadavia o Bariloche. Y eso que me falta un trecho. Una idea me asalta: el covid fue una epidemia de morondanga, bien podría haberse llevado a alguno más. Por ahí tenemos suerte y la gripe aviar nos da una mano o tal vez el pirado de Putin y sus juegos artificiales, pero no creo, las cucarachas sobreviven al invierno nuclear.