Tornillo autorroscante

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Llego a la esquina y lo veo irse. Tengo 40 minutos de espera larga por delante. El refugio está vacío. Al rato llega una flaca con un bebé recién nacido en brazos y un nene que no llega a los tres años que se sienta en uno de los banquitos. Le dejo el otro a la flaca que con un hilo de voz me contesta un gracias pijotero . A los 5 minutos cae un viejo cualquiera, medio zaparrastroso, pasado de sol, de hambre, de tuberculosis y vino de dos mangos. Nos empieza a dar conversación sobre temas ramdom cual si fuera panelista de TV. Primero nos cuenta por qué con los milicos estábamos mejor, tópico infaltable de cualquier trastornado vernáculo y falto de morfi potente los primeros años de vida. Abandona rápido el tema para decir que es menemista de la primera hora y que a Camila Perissé la mataron los mismos que mataron a Natasha Jaitt. Luego nos cuenta sin que hagamos el menor atisbo de escucharlo que el sobrino le dijo que los mosquitos aparecieron porque Bill Gates y George Soros se adueñaron del mundo con “el uindou nuevo ese con el que andan todos los homosesuales en las orejas“. Clava los ojos en mis auriculares. La piba me mira de refilón y sonríe. No digo nada. El señor les da sus peores batallas a sus mejores soldados.

Animalitos de dios

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Luego de esperar una hora cae el colectivo. Subimos. Tiene aire. Pego asiento. Suben también unos especímenes pasados de copas en su versión más hedionda y asquerosa, ejemplos del salvaje que no genera ninguna empatía. Entidades amorfas carentes de cualquier indicio de humanidad respetable. Se hacen los graciosos, cuentan chistes a los gritos ofendiendo a cualquier minoría. Cuando el colectivo, cuyo pasaje cuesta lo que un Potosí se queda en el peaje de Dellepiane, la negritud se violenta. Ok tienen razón. Gritan que trabajaron 15 horas y quieren llegar a su casa. Eso es justificable. El estado etílico y las imbecilidades que dicen, no. El problema es que tienen botellas de vidrio y las quieren usar. Para colmos, el chofer, en lugar de explicar lo que pasa, desaparece. No se quiere fumar la verdugueada. La diferencia es que él puede bajarse y nosotros no. La temperatura pasa de 15 grados a 70 en 5 minutos. Todo lo que me rodea transpira y tiene olor a chivo. Los austrolopitecus afarencis no cierran la boca. Aparece un policía pero es más útil un tumor. Pone un par de conitos y se va. No podía ser de otro modo.

Homo evolutionis

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Pedro Goyena y José María Moreno. Cuento 125 personas en la fila. En hora pico suele haber el doble pero a esta no. Es raro. Me salta la ficha cuando relojeo las remeras. Son de varios movimientos sociales. La mayoría vienen de la protesta contra el Fondo Monetario en Plaza de Mayo. La verdad verdadera es que no parecen muy duchos en finanzas internacionales ni en geopolítica pero sí entrenados en correr la coneja seguido. Les guste o no a los intelectuales de Twitter eso te da una experiencia bastante intensa acerca de dónde está el bien y dónde el mal. Así que los felicito pero harían bien en no volver tan tarde o mejor dicho, me haría bien a mí que usen otra ruta porque me cagan la vuelta. Puedo subir recién cuando viene el quinto 180.

In media res

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Subo. Ni muy lleno ni muy vacío, ni mucho calor ni un frío de cagarse, ni música a los tacos ni silencio de sepulcros, ni sí ni no, ni blanco ni negro. Todo normal salvo la sordera del chofer. Uno pensaría que la combinación de barbijos más pantalla protectora del bondi, más ruido del motor, más bocinazos justificaría que nadie pueda escucharse. Falacias. El colectivero no escucha porque es medio sordo de verdad. Hay que gritarle. Acerca la cabeza al cortinado de baño transparente que le pusieron para no pegarse el bicho como si eso hiciera más claro el sonido. No se lo puede juzgar por eso. Todos hacemos lo mismo. Nos acercamos a la cortina y le gritamos hasta dónde vamos. Le cuesta entenderme. En un tiro pienso que es joda porque siempre subo al mismo bondi, con el mismo chofer, a la misma hora, vestido casi siempre igual. Por más opa que seas alguna regularidad en tu vida tenés que ser capaz de detectar. Cuando consigo que me entienda, marca el boleto, pago y… pasando al fondo que hay lugar.

Lo esencial

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—¡Veníamos surfeando como campeones, pero llegó la segunda ola y pum! en la pera— Me dice el colectivero, treintañero, conversador, ojeroso y pinta de cheronca venido a menos— yo estaba a pleno boludeando con los pibes pero ahora se cortó. Mucho viejo en la familia. Y la vacuna viene lenta, primero “los amigos”, después lo viejos, después la cana. Cuando me toque a mí voy a tener 40. Yo digo que me metan cualquiera, la rusa, la china, si con las porquerías que tomé cuando salía de caravana mirá si me van a hacer algo.

surf

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Y entonces, luego de un año del que saldríamos mejores, sube una mujer con dos nenes, uno en brazos, y nadie le da el asiento. El que lleva de la mano debe tener tres años, a lo sumo. Juega a hacer ruido con los labios, prrrrrrrrr, llenando de baba y escupida todo lo que lo rodea. Mala época para eso, campeón. Típico de infante ser un pelotudo. El otro, el que va alzado, juega con el barbijo de la madre. Se lo sube, se lo baja, lo mordisquea. La pobre mina hace equilibrio. Tiene cancha, porque cuando el 96 agarra la rotonda del metrobus de Kathan City se vuelve una surfista de las playas de Iluwatu. Pie adelante cruzado y culito afuera, cual riquelmista, para bajar el centro de gravedad; el pibito escupidor agarrado a la gamba para darle basamento. Viene la ola. El chofer acelera a la salida de la curva. Si zafa de la inercia merece un aplauso. Zafa. Me acuerdo de una amiga que una vez me dijo -Después de sacar un pibe por la argolla, cualquier cosa es fácil.

Pibita

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Parada del 96. Kathan city. El calor transforma el asfalto en yogurt. Los de la verdulería que está del otro lado de la ruta revolean sandías y melones cual Cirque du Solei. Uno está en cueros. Tiene un pantalón corto arremangado que le queda casi como una zunga. El flaco debería irse a curar el ojeado porque en la parada hay una flaca que se lo manduca con la mirada. Usa un tapabocas que tiene estampada la cara de Leo Mattioli sosteniendo una rosa. Está petrificada. Así se queda los cuarenta minutos que compartimos de espera. Con todo el disfraz pandémico no le cazo la edad, pero debe andar en la veintena. El movimiento es sutil pero no lo suficiente. Con el brazo se rosa el costado de los pechos de un modo un tanto masturbatorio. Apuesto a que sí.

Días y flores

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Borges decía que en el Corán no aparecían camellos porque no hacía falta, era obvio que los había. Por eso decir que mi vecina pegó un covid de padre y señor nuestro se cae de maduro. Todo el barrio, el mundo entero. Los que no, salen a trotar, a tomar cerveza artesanal o a correr la coneja porque el bicho mata a cualquiera, pero hay una cosa que no mata: el hambre.

Noche ardiente

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Son las 8 y media de la noche. La autopista está cortada a la altura del bajo flores. La monada tiene calor, le cortaron la luz y está enojada. El bondi da 300 vueltas por los barrios aledaños tratando de pegar una salida. El chofer, poco dado a los detalles, hace cajeta mal un auto en una esquina. Mal, mal. Tanto los pasajeros como los que están abajo le avisan pero le chupa un huevo. No para. Sigue pisteando. El del auto nos sigue como enajenado tocando bocina durante 50 cuadras. Quiere que el chofer pare para tomarle los datos pero la gente del bondi le insiste que no, que no pare, que el del auto se cague, que quieren llegar a casa y tienen calor. La monada saca el balero por la ventanilla y amenaza de muerte al del auto. Uno, incluso, le muestra al del auto una faca de carnicero tan larga como mi brazo.

Olorines

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Rodolfo Kush, un antropologo del carajo, tiene un texto ultra potente sobre el hedor en El Alto, en Bolivia. Cuenta que nuestra sensibilidad blancuzca se escandaliza por la otredad hedienta de los que laburan a destajo para poder vivir y morir bajo la opresión. Tiene razón. Tan acostumbrados a los desodorantes de cuarta y al olor al Plusbelle de manzana la occidentalidad epidérmica olvida que el cuerpo humano despide olores agrios.

Espera modo zen

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Sábado. Madrugada. Noche de los museos. Tuve que laburar. Además es una fecha que me pone de mal humor, cosas de la vida. Y como total ya estoy del ojete los dioses no tienen empacho en dejarme esperando dos horas el 86 mientras me cago de hambre y de frío en Paseo Colón y San Juan. Una vieja dice que llamó a la línea y que le dijeron que había salido uno a la 1:10. Pasó cortado. Dice que sale uno de La Boca a las 2:20. Hace frío. Tengo hambre. Me queda poca batería en el teléfono. La necesito para pedirme un remís, un Uber o un unicornio violeta cuando llegue a Kathan city, si es que llego en algún momento entre hoy y el fin del universo.

Ricky

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La calle da para todo. No sé si lo suficiente como llamarla universidad, pero lejos no le anda. En la universidad uno se encuentra con conocimientos contraintuitivos. Cosas que no pueden ser y resulta que sí, que son. Infinitos más grandes que otros, árboles que literalmente emiten sonidos, con edición génica, con sangre que se vuelve verde y cosas así. En la calle uno se encuentra, siguiendo esa línea, con tipos que cantan a los gritos canciones de Ricky Martín. Posta. Hoy me crucé con uno.

Otra vez

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Pasan tres. Ninguno para. El refugio está que estalla. Vienen otros dos. Algunos se suben. La fila no se da por enterada. Quedamos una banda. Hace frío. Cuando viene un semirrápido, para y abre la puerta. Se escucha la ovación como si el profeta obrará el milagro anunciado. Preferiría putear y prender fuego todo pero no se suman, en especial los que ya vienen arriba y nos gritan que no hay lugar y no se puede más. Se me cola una parejita. Ella se podría haber tomado el otro y dejarnos lugar en este porque se baja acá nomás pero no le bastaba con intercambiar fluidos toda la noche, también quería hacerlo de mañana en un bondi hasta la pija. Besito baboso va, besito baboso viene. Con ruidito. Ploch, ploch, muiiiik. El pibe, en plan de humorada le palpa la entrepierna. Ella se sonroja y le dice que no. Se ríen.

El tri

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Hace 6 días que no piso la calle. Salgo y a la vuelta de la esquina veo a un vecino robándose los cascotes de la calle para su propia mezcla de cemento. Debería haberme quedado en la cama.

En la parada están los de siempre y veinte más que también esperan el bondi. Cuando llega queda claro que el mambo viene de gimnasta olímpico. Torsión, saltito, amague, le cago el lugar a una vieja y plop! Arriba y pagando cuarenti pico de mangos para ir como disidente político al gulag de Kamchatka.

Al revés

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A Rocío, una ex compa del secundario que cada tanto me cruzo, le pasa como le pasa a muy poca gente: viaja sentada porque viaja al revés. Es decir, viaja a contramano del resto de la gente. Labura en Hurlingham, en el parque industrial. En un mundo más normal debería tener dificultades para pegar asiento porque el parque tiene espacio para cientos de empresas y miles y miles de trabajadores pero como todas las empresas se fueron a Brasil y los miles y miles de trabajadores se quedaron en pelotas, ella viaja sola. Simple, se fueron todos pero quedaron los recorridos de los bondis, como signos de una nostalgia fabril que no se enteró que ahora somos un país lleno de boludxs.

Compra/venta

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En Consti hay un pibe que siempre me quiere enchufar celulares. Robados, obvio. Ofrece cosas piolas, muy superiores a los que usamos los que estamos en la fila. Los vende baratos. Se acerca con carpa y tira entre dientes un “¿baratito?” y lo muestra. Lo saca de una campera de gimnasia azul eléctrico con capucha.

Silencio

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Es muy raro que pase pero pasa. No se puede predecir, no hay modo de presagiarlo. Ocurre y ya. No tiene que ver con la hora, ni con la época del año. Es el silencio de viaje. Subís y todos callados. Ensimismados en sus propias cavilaciones lxs pasajerxs guardan silencio. Decenas de personas venidas de todas las partes del orbe, apiladas unas sobre otras, obligadas a la convivencia más brutal. Decir que cargan la resignación de quien va hacia el matadero sería injusto. Tal vez ellos sean el verdugo.