El frío encanto del futuro

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No importa cuando se escriba ni cuando se lea: aparece el frío y a la muchachada se le congelan las bolas. Viernes a la noche. El bondi vino cuando quiso porque su mala leche es independiente de que gobierne Perón, Carlos Alberto Lacoste o Federico Pinedo. La gente se amucha en la fila con tal de pegar algo de calor humano. Un loco partido de frío directamente acerca la jeta al caño de escape cuando estaciona junto al cordón un colectivo de otra línea. El humo de gasoil mal quemado le empapa el cuerpo y el tipo parece revivir. Cuando el loco levanta la cara se encuentra con una propaganda del libro de Milei. El tipo sorbe unos mocos y lo escupe. La gelatina verde queda pegada justo en el nombre. Una viejita sin dientes que vende pastillas y pañuelitos ve la secuencia y aplaude efusiva mientras se clava lo que parecen ser unas hojas de coca. Pertenece a la horda de vendedores ambulantes que pululan por la zona escondiendo lo que venden entre la ropa. El Macri negro hace un tiempo se dispuso a terminar con los manteros de la zona con rondas muy vistosas de policías que, con sus chalequitos azules, controlan que nadie venda alfajores ni sanguches de milanesa en la calle.  El trabajo sexual, la venta de falopa y los afanos siguen ahí porque todo junto no se puede, pero al menos ahora se puede orinar en la vereda sin nadie que se queje impunemente de que le salpicamos las paltas.

Y más allá… el metrobus.

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Los dioses nos odian, no hace falta ni decirlo. O nos cagamos de calor y nos cortan la luz o nos cagamos de frío y nos cortan la luz. O tenemos un gobierno popular que nos caga a palos con una sonrisa fraterna que combate al capital o nos toca un gobierno elitista que nos caga a palos en nombre de sus amistades bancarias. Es cierto, cada tanto -los dioses-, nos tiran un mundial para que la monada se conforme y no rompa las bolas por un rato o nos tira un hueso en forma de metrobús en San Telmo para que las señoras coquetas alaben la iluminación que suplanta la oscuridad terrible que los preparativos del mismo metrobús había generado.

El recuerdo

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El recuerdo de la tristeza es triste, pero el recuerdo de la dicha también lo es. En eso pienso mientras espero el bondi y el frio me fractura los huesos. Pienso que hace un tiempo galopaba ciertas noches para estrellarme en unos labios borrachos, y caminaba junto a ellos por una ciudad gris que cambiaba de color bajo nuestros pasos. Un trago exótico, un beso. Una luminaria en la avenida, un beso. Una noche gélida entibiada con abrazos y estufas de dos mangos. ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres? ¿Tiene importancia que las fechas se sucedan sin pausa si al final no hay una sola foto que testifique que en este vacío que se macera en la boca hubo una saliva dulce y fiera? No. No lo tiene.