No importa cuando se escriba ni cuando se lea: aparece el frío y a la muchachada se le congelan las bolas. Viernes a la noche. El bondi vino cuando quiso porque su mala leche es independiente de que gobierne Perón, Carlos Alberto Lacoste o Federico Pinedo. La gente se amucha en la fila con tal de pegar algo de calor humano. Un loco partido de frío directamente acerca la jeta al caño de escape cuando estaciona junto al cordón un colectivo de otra línea. El humo de gasoil mal quemado le empapa el cuerpo y el tipo parece revivir. Cuando el loco levanta la cara se encuentra con una propaganda del libro de Milei. El tipo sorbe unos mocos y lo escupe. La gelatina verde queda pegada justo en el nombre. Una viejita sin dientes que vende pastillas y pañuelitos ve la secuencia y aplaude efusiva mientras se clava lo que parecen ser unas hojas de coca. Pertenece a la horda de vendedores ambulantes que pululan por la zona escondiendo lo que venden entre la ropa. El Macri negro hace un tiempo se dispuso a terminar con los manteros de la zona con rondas muy vistosas de policías que, con sus chalequitos azules, controlan que nadie venda alfajores ni sanguches de milanesa en la calle.  El trabajo sexual, la venta de falopa y los afanos siguen ahí porque todo junto no se puede, pero al menos ahora se puede orinar en la vereda sin nadie que se queje impunemente de que le salpicamos las paltas.

Hay un par de tipos apoyados en el refugio clavándose un menjunje oloroso y negro. Un pibe de la calle de no más de 15 años se acerca a pedirles un trago mientras esconde la bolsita de Poxiram en el pantalón sin elástico. Hacen 5 grados, pero él anda con una remera de Taylor Swift y crocks. Los tipos le convidan. Se sienten generosos. Lo sé porque luego de irse se felicitan entre ellos. No quisieron darle guita para comprarse un café ni darle unos puchos porque según uno de ellos «tiene que aprender el valor del esfuerzo, que los tiempos del todo fácil se terminaron cuando se fue la yegua». Ese mismo le garroneó el pasaje al colectivero y como el fercho se negó lo puteó de arriba a abajo tratándolo de mala leche hasta que un trajeado con pinta de cansado se hartó y se lo pagó él. Sus compinches no hicieron el menor ademán de darle una mano, quizás porque darle alcohol a un menor ya sumaba para ellos como la buena acción del día.

Consigo asiento junto a una ventanilla. El colectivero, cuando terminamos de subir, avisa que no tiene ningún tipo de luz ni arriba ni abajo así que, si nos para la cana nos jodemos, que nos levanta porque es copado, aunque el hijo de puta que subió antes lo puteara. El mencionado se le quiere ir al humo y seguir con el tole tole, pero la masa compacta de gente se lo impide y, además, hace tanto frío que el tipo prefiere quedarse calentito junto a sus amigos. Todos tosemos, estornudamos. Hay quien escupe directamente en el piso. Nadie lleva barbijo porque si se olvidaron de cuánto los cagó la derecha las mil veces que nos gobernó mirá si se van acordar de la pandemia. Las ventanillas chorrean el agua condensada de la respiración virulenta de la masa y el choque con el vidrio congelado por el frío. Uno sentado en el fondo y con habilidades decididamente artísticas dibuja en el vidrio empañado una vagina digna de figurar en el Atlas de anatomía humana de F.H Netter. Tiene el tamaño de toda la luneta y no hay modo de que quienes estemos tanto arriba como abajo no lo apreciemos. Pasa un auto tocado bocina y de la parte de atrás unos pibitos en ambo hacen gestos de que el dibujo les gustó. La gente lo felicita y el pibe se siente orgulloso de sí mismo.

Entre dormido escucho el audio de wasap de alguien que no siente ningún pudor de hacernos participes de su intimidad. Una mujer le dice que si tiene plata vaya comido porque todo lo que había en la heladera se lo comieron los chicos y como ella compró la garrafa se quedó sin nada, que se tomó unos mates y ya está en la cama. Alguien comenta que está en la misma.  Se escucha un ruido a paquete de galletitas. Escucho un

-Uhhh ¿En serio? Gracias, amiga – y lo que imagino una mano entrando en un paquete. – Me re salvaste, traigo una lija- Agrega. Abro los ojos para espiarlo. Reempuja unas pepas con una cerveza Brahma en lata con la cara de Pablito Lezcano.

Cuando agarra velocidad el silencio se vuelve total, atroz. Tiembla el chofer por el frío que le entra por la ventanilla, tiemblan los que van sentados en el pozo de la puerta de atrás, tiemblan los montones del no man´s land de la puerta del medio y temblamos los que vamos sentados porque podríamos remontar un barrilete dentro del colectivo.  Alguien dice que tiene diarios de sobra en la mochila y los reparte. Va sacando diarios viejos, de cuando la gente tenía guita para comprar mentiras impresas. Algunos aceptan su ejemplar y lo meten entre el abrigo y lo que tienen abajo. El tipo cuenta que los encontró en el sótano del edifico donde labura. No lo pido, pero ligo un Crónica de diciembre de 2019 que titula “la canasta navideña a $199” y que los mercados auguran un futuro esperanzador para el país.  Supongo que la pifiaron. Sigo durmiendo.