Keep on jumping

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Hace varios días que lo cruzo en el bondi. Morocho, gorra gris, linda, de buena calidad, cara. Usa barba tipo chivita y pantalones que parecen tres o cuatro talles más chicos porque le dejan al descubierto las canillas. Toma compulsivamente gaseosas energizantes, dos o tres latas durante el recorrido, diferentes marcas, distintos tamaños, lo que es un señor presupuesto porque esas cosas a la larga salen un billete si te clavás varias todas las mañanas. El nivel de cafeína que maneja debe estar por encima de lo saludable. Usa unos auriculares ni muy muy ni tan tan. El volumen puede que lo deje sordo antes de llegar a viejo. Lo que escucha no se caracteriza por su elegancia o su sobriedad. Siempre va en el último asiento de la fila de butacas individuales salvo hoy. Va en el último, pero de la fila de dos, contra la ventanilla. Su lugar habitual lo ocupa un pibe que debe jugar en las inferiores de algún club porque todos los días viaja con look de futbolista hasta Evita city.

Noche ardiente

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Son las 8 y media de la noche. La autopista está cortada a la altura del bajo flores. La monada tiene calor, le cortaron la luz y está enojada. El bondi da 300 vueltas por los barrios aledaños tratando de pegar una salida. El chofer, poco dado a los detalles, hace cajeta mal un auto en una esquina. Mal, mal. Tanto los pasajeros como los que están abajo le avisan pero le chupa un huevo. No para. Sigue pisteando. El del auto nos sigue como enajenado tocando bocina durante 50 cuadras. Quiere que el chofer pare para tomarle los datos pero la gente del bondi le insiste que no, que no pare, que el del auto se cague, que quieren llegar a casa y tienen calor. La monada saca el balero por la ventanilla y amenaza de muerte al del auto. Uno, incluso, le muestra al del auto una faca de carnicero tan larga como mi brazo.