Hace varios días que lo cruzo en el bondi. Morocho, gorra gris, linda, de buena calidad, cara. Usa barba tipo chivita y pantalones que parecen tres o cuatro talles más chicos porque le dejan al descubierto las canillas. Toma compulsivamente gaseosas energizantes, dos o tres latas durante el recorrido, diferentes marcas, distintos tamaños, lo que es un señor presupuesto porque esas cosas a la larga salen un billete si te clavás varias todas las mañanas. El nivel de cafeína que maneja debe estar por encima de lo saludable. Usa unos auriculares ni muy muy ni tan tan. El volumen puede que lo deje sordo antes de llegar a viejo. Lo que escucha no se caracteriza por su elegancia o su sobriedad. Siempre va en el último asiento de la fila de butacas individuales salvo hoy. Va en el último, pero de la fila de dos, contra la ventanilla. Su lugar habitual lo ocupa un pibe que debe jugar en las inferiores de algún club porque todos los días viaja con look de futbolista hasta Evita city.

Morocho-gorra gris-chivita deja ver su incomodidad cafeínica cuando se le sienta al lado Paula, la chica trans que sube en el 29. Otra habitué. Siempre viste como si fuera verano e hicieran 35 grados, es decir, orillando la semidesnudés. Siempre habla por teléfono a los gritos y siempre, sin faltar nunca jamás, cuenta una experiencia sexual, sin tapujos, sin pudores, de la forma más explícita que permite el castellano. Porno en palabras Urbi et orbi. Hay que reconocerle la creatividad de las anécdotas, la sencillez narrativa y la economía lexical. Puede que si uno no está anoticiado de lo que va a escuchar sufra una experiencia desagradable pero si nos acostumbramos a que pulule en la política gente como Patricia Bullrich bien podemos acostumbrarnos a relatos donde pitos y cavidades diversas fungen de protagonistas.

Hoy Paula tiene una botellita de yogurt bebible que toma cual modelo tomando champagne en las playas de Biarritz. Deja de hacer esos movimientos extraños cuando a su lado se para un tipo que muestra los calzones. En los años 90 o por ahí era una especie de moda. Consistía en dejar la marca al descubierto para que los otros supieran que uno palometeaba calzones costosos pagados con dólares salidos de la privatización de ENTEL y SEGBA. Supongo que las juventudes siguen teniendo el hábito pero resulta que el tipo tiene bastante más de cuarenta pirulos, es pelado y tiene panza de abandono. Usa un pantalón azul eléctrico del mismo formato que Morocho-gorra gris-chivita, tres talles más chico, con una cadena desproporcionada que va del bolsillo trasero al delantero. Va en remera y chaleco a pesar del fresquete. Tiene las manos repletas de anillos y las muñecas llenas de pulseras. Hay algo de afectado amaneramiento en su forma de pararse y mirar hacia los costados. Habla todo el viaje por teléfono contándole a alguien que se baja del fin de semana largo porque el dólar se fue a la mierda y no tiene un mango. Su voz es más femenina que la de Paula. La charla de ambos se mezcla en una cacofonía entre disonante y aguda.

Todo marcha bien hasta que Morocho-gorra gris-chivita tiene, por decirlo de algún modo, un ataque de ansiedad. Cerca del peaje de la 25 de mayo empieza a moverse inquieto, incómodo, compulsivamente. Paula se lo recrimina, de buen modo, respetuosa, pero a Morocho-gorra gris-chivita no le importa. Se pone de pie sin salir del asiento. Abre la ventanilla chiquita que tiene a la altura se la cabeza, mete la mano en el bolsillos saca un pucho y lo prende. El pelado del calzón al aire se lo recrimina de mal modo pero Morocho-gorra gris-chivita le da varias caladas largas con la mitad de la jeta afuera mientras la parte de atrás del bondi se llena al mismo tiempo de humo de pucho y de una ventolera que a todos nos refresca las ideas.
La monada del sector del fondo nos miramos extrañados porque en los bondis se ve de todo pero fumar, lo que se dice fumar, ya es raro. Por ahí, a la madrugada de un domingo cuando los pibes vuelven en pedo de bailar, pero no de mañana, un lunes.

El colectivero le grita que apague el pucho, que si está loco, que si quiere que pare en el peaje y llame a la policía. Morocho-gorra gris-chivita no le da bola y sigue pitando como cocainómano en granja entrerriana. Solo lo larga cuando se da cuenta que el bondi comienza a frenar y que la amenaza va en serio. Puede estar del orto pero sabe cuándo le aprieta el zapato. Tira el pucho por la ventanilla y la colilla cae sobre el parabrisas de una Renault Sandero bordó que tiene un sticker gigante del Gauchito gil en la luneta. El conductor le hace fuck you y lo manda a la reconcha de su abuela a los gritos y agrega un “negro villero”. El grito se siente adentro del bondi a pesar del ruido del motor, la autopista y los propios auriculares de Morocho-gorra gris-chivita que nunca dejaron de sonar en toda la secuencia.

Paula está indignada y le recrimina que es un irrespetuoso porque hay nenes arriba del bondi. A una mujer bien entrada en años que viaja sentada cerca de la puerta del medio le salta la térmica y le grita a Paula que es una caradura inmoral, qué ella contó barbaridades a viva voz sin ponerse colorada y que no le importó que hubiese chicos y que, además, se viste de mujer siendo hombre. Sospecho que Paula se hubiese fumado la crítica sin chistar, pero la puesta en duda de su identidad hizo que a ella también se le volaran los patos. Qué quién se cree que es para decir una barbaridad así, que no le puede faltar el respeto de esa manera, que ella no es hombre sino trans, que la ley la abala y ella se come las porongas que se le cante. La vieja le grita otro tanto hasta que, de forma esperable, empieza a citar como el orto pasajes de la biblia que ni siquiera existen. Por lo forzado de la pelea queda en el aire que la vieja buscaba una excusa para arrancar la bronca. Y también que Paula quería decir a los gritos lo que dijo mitad por actitud reivindicatoria mitad por gusto al show exhibicionista.

El pelado de los calzones se pone unos auriculares y se abstrae en sus propios pensamientos mirando al techo porque quizás advierte que le puede tocar alguna crítica siendo este el paño que nos toca. Morocho-gorra gris-chivita, aprovecha que dejó de ser el centro de atención y se hace el boludo mirando hacia afuera. Saca de la mochila que lleva una lata vacía de Speed y trata de sacarle un par de gotas golpeándole el fondo. Casi que imita a Paula tomando su yogurt.

Estamos a minutos de llegar así que nadie se engancha en las verdugueadas entre Paula y la vieja que siguen despotricando a viva voz la una contra la otra, pero sin mirarse.
Cuando llegamos bajo último. Morocho-gorra gris-chivita dejó 3 latitas vacías en el piso. Ya en la vereda lo veo caminar a lo lejos. Hizo media cuadra en tres segundos. Va dando saltitos nerviosos.