Domingo. 236 de Kathan city a MoronLand. En algún punto de la zona fantasma que atraviesa la ruta provincial 1001 sube una señora con un escote que no deja nada de nada a la imaginación. Debe andar por los cincuenta largos. Es petisa y de lejos se nota que se esmeró mucho con el maquillaje porque no tiene un solo espacio de su cara que no emita un fulgor fosforescente. Usa unos borcegos con plataformas muy en plan púber. Un borrachín elocuente despatarrado en el fondo al verla tira un
-¡Fuaaaaaaaa!- y le promete, casi que le jura, que deja el vino si le regala una sonrisa.

La señora no lo mira pero hace una mueca con los labios que se adivina de orgullo y satisfacción por el efecto logrado. Al sentarse se acomoda con las dos manos el contenido portentoso de su escote. El borrachín vuelve a manifestar su admiración pero se queda en el molde. No exclama piropos insultantes, no se acerca a cargosear ni se masturba delante de todos, cosa que se agradece. Eso sí, mira ¡y cómo! Sus ojos inyectados de sangre parecieran brillar. Son enormes, como los de un caballo después de correr y ganar el Derby de Kentucky o el Carlos Pellegrini. Como voy de espaldas al chofer, es decir, mirando hacia el fondo del colectivo, descubro que su mirada es -sobre todo- inquietante. No ayuda que el bondi esté a media luz atravesando un campo a oscuras perdido del amor y la atención de los dioses. Es brillo como de lechuza o felino en mitad del bosque. La señora del escote mira hacia el fondo relojeando la distancia por las dudas pero no parece preocupada. Si llegás a esa edad con esas tetas al aire es porque seguro te manejás bien en las distancias cortas y en situaciones complejas. Si uno quiere sobrevivir en un mundo de tiburones tiene que estudiar a los pobres que llegaron a viejos y no a los boludxs que enseñan estafas piramidales en Tik-tok. Y la señora, por la zona en la que subió, está lejos de ser una Álzaga Unzué. Igual, agarra la cartera como si le fuera el cuero en eso y lo bien que hace porque se ha visto gente choreando carteras, celulares, mochilas y saltando a través de la ventana y los asientos por no poder hacerlo como dios manda, por la puerta, como un chorro honrado.

En la parada que está frente a la base de la fuerza aérea suben un grupo de tipos. Tienen facha de haber jugado a la pelota; por el tipo de corte y el lomo algunos parecen milicos y todos, unos 6 o 7, tienen una mamúa de tercer tiempo que les dificulta el uso del sujeto y del predicado. El último en subir por ejemplo, hace un uso tan dubitativo del lenguaje que da la impresión de estar ante una bomba de tiempo. Usa una remera de deportivo Midland. Luego de un tiempo que parece eterno le dice al chofer
-A villa Amelia.
-Voy hasta Morón flaco, a la estación- le contesta.

El dubitativo mira en dirección a su compinches preguntando, preguntándose tal vez, si una línea recta es el camino más corto entre dos puntos. Uno más o menos ubicado en tiempo y espacio le grita al chofer
-Cobrale hasta Morón.

Villa Amelia queda para el otro lado, en otro partido, otra sección electoral y acaso otro cuadrante del universo pero como no soy borracho, ni jugador de futbol, mejor no opino.

El tipo apoya la SUBE y se abraza a la máquina, cerca de la señora del escote. El lógico vaivén del bondi y los que de a poco van subiendo y bajando lo dejan parado frente a ella, sentada, por lo que si inclina apenas la cabeza tiene ante sí la imagen imponente de la fosa de Kamchatka, las puertas de un averno erótico, la transustanciación de los planes del Maligno. La señora mira hacia un lado esquivando el cruce de miradas, busca posibles aliados, previsibles enemigos, tristes neutrales. El dubitativo clava su mirada en las tetas de la señora pero no dice nada, tiene las manos soldadas al caño. Si no fuera así se desplomaría. Sus piernas parecen de papel y por los manchones de pasto que tiene la remera sospecho que no pasó mucho tiempo de pie durante el partido. Sus compinches van tranquilos, sospechosamente introspectivos. O perdieron y arrastran la tristeza de la derrota o están tan en pedo que se concentran para no derrapar en público.
-Al final la pegó el Claudio, que se fue a garchar- dice uno a santo de nada. Todos, incluso el dubitativo, asienten. Luego, guardan silencio.

Llegamos a la estación. Como va hasta la manija tenemos que esperar que bajen varias decenas por lo que al final quedamos el borrachín elocuente de los ojos inquietantes, la señora de las tetas al aire, el chofer, yo y una pareja que va con dos nenitas que cantan
– Y no fuimos en unaaaaaa y empezamo’ a la unaaaaaa.

Cuando bajamos el borrachín encara para el lado de la señora. Me quedo a tiro por las dudas que se zarpe. Le dice, le repite, lúbrico y manijeado
-Por vos dejo el vino, corazón. Sorpresivamente da media vuelta y se va sin más.

La señora, que se dio cuenta que me acerqué por las dudas me mira, se sonríe, vuelve a acomodarse las tetas y dobla la esquina.