Cucurucho

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Estoy sentado en la fila del fondo. A la derecha tengo a una señora que huele a coco y vainilla, como si en lugar de carne y vísceras los dioses la hubiesen fabricado con el cucurucho de los helados. Más allá, un flaco se saca los mocos compulsivamente con la mano. Debe ser buen pibe, va leyendo unas fotocopias de la facultad de sociales con el Anti dühring de Engels.

Olorines

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Rodolfo Kush, un antropologo del carajo, tiene un texto ultra potente sobre el hedor en El Alto, en Bolivia. Cuenta que nuestra sensibilidad blancuzca se escandaliza por la otredad hedienta de los que laburan a destajo para poder vivir y morir bajo la opresión. Tiene razón. Tan acostumbrados a los desodorantes de cuarta y al olor al Plusbelle de manzana la occidentalidad epidérmica olvida que el cuerpo humano despide olores agrios.

Mal vicioso

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Constitución. 21 horas. Baño. De los nuevos. Lindos. Cuidaditos. Tirando a limpios. Hay un pibe de limpieza que está sentado en un rincón, seis horas diarias, cincos días a la semana fumándose el olor a meada. Podés tirar perfume de Christian Dior pero cuando orinan literalmente miles y miles de tipos al día no puede oler a otra cosa. Así que el pibe le cuenta a un viejo que al principio se quería matar pero después se acostumbró. Como si algo adentro del balero le hubiese hecho un clic. Ahora no huele nada. Dice que la madre le hace polenta y no huele nada; que la suegra le cocina pescado y nada. Dice que no hay mal que por bien no venga porque ya no tiene las ganas de vomitar que le daba todas las noches cuando pegaba el último Roca a Temperley y todos los vagones olían a trapo de piso húmedo. En verano, cuenta, se iba en bondi y tardaba 40 minutos más, no había caso, no se la bancaba. Ahora, sí.