El gas pimienta de tu corazón

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Ana araña los cincuenta y empezó a estudiar el año pasado. Luego de casi veinticinco de casada, se separó, agarró sus cosas y se mandó a mudar. Sin laburo ni techo fijo, sin acompañamiento de su familia que le decía que lo pensara mejor, que a su edad la cosa ya estaba jugada; sin nada a favor, dio un portazo a esa vida y se dispuso vivir otra. Cuando se dio cuenta se quiso matar, pero ya estaba en el baile. Y como sentía que la cabeza le labura demasiado y la hacía replantearse el cambio decidió ocuparla en otra cosa. Arrancó una carrera en la universidad de Quilmes porque le quedaba a 2 estaciones de tren de su casa. En el laburo la dejan salir antes, pero tiene que ir los sábados a la mañana a devolver las horas. Una cagada, pero no le jode, ya no rinde cuentas y si la comida no está hecha o la ropa está sucia nadie le dice nada.

Auditorias

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La muchachada progre que combate el capital por Facebook puede estar muy preocupada por el financiamiento universitario, como vos, como yo, como cualquier señorito que haya leído Moby Dick y Los hermanos Karamazov, pero la verdad de la milanga es que a la monada de extramuros la cosa le preocupa muy de refilón. Ocupados por saber qué van a morfar o cómo garpar la luz el asunto de la educación superior no pasa más que como un berretín del nene o de la nena para después del laburo. Algunos, cuando salen del yugo, merecidamente y en todo su derecho, elijen irse a jugar a la pelota y otros a leer a Heidegger y a Saussure, pero cuando la panza hace ruido no hay Dasein ni significante que valga porque -lo sabe cualquiera- el hambre es heteróclita y multiforme.