Desde el año ’94 tengo en claro que la única razón por la que no voy preso por asesinato es que siempre tengo música a mano. De otro modo viajar en el conurbano haría de un apocalípsis zombi un cumpleaños en un pelotero. Con un viejo walkman Aiwa y unos auriculares de quinta categoría viajaba colgado del estribo del bondi desde Kathan city a Pontevedra, en invierno. Te cagabas de frío, la parías a lo Indiana Jones y el colectivero hijo de puta te trataba de irresponsable cuando era él el que cerraba la puerta con cinco pibes colgados queriendo llegar al colegio. Menemismo puro.